“Arriba los pobres del mundo
En pie los esclavos sin pan…”
El populismo ha sido a través de la historia, el recurso de los líderes tanto de izquierda como de derecha, para conseguir la aceptación de las masas populares, entendiendo estas como las clases sociales bajas, sin privilegios políticos y económicos. Su fórmula es bien sencilla y se basa en la denuncia de los males de los pobres, los que son achacados a la clase dominante o como en el caso que nos ocupa, a la que estuvo en el poder durante los famosos 16 años de gobiernos neo liberales de la post guerra.
De acuerdo a la definición de la enciclopedia digital Wikipedia, “El populismo (del latín populus "pueblo") es un término político usado para designar corrientes heterogéneas pero caracterizadas por su aversión discursiva o real a las élites económicas e intelectuales, su rechazo de los partidos tradicionales, su denuncia de la corrupción política por parte de las clases privilegiadas y su constante apelación al pueblo como fuente del poder”.
La definición anterior ha sido calcada casi en su totalidad y de forma mecánica por el partido en el poder y sobre todo por su caudillo, el Presidente Daniel Ortega, quien después de la derrota electoral de 1989 se había presentado sostenidamente como el defensor exclusivo de los pobres de Nicaragua y enemigo acérrimo de las clases dominantes que dirigieron los destinos del país hasta el 2006.
Fue precisamente durante todo este periodo que, manipulando a la población que salía de un conflicto bélico y que adicionalmente sufría las consecuencias de una profunda crisis económica, derivada precisamente de la guerra, se olvidaba de su parte de culpa y endosaba toda ella a los nuevos gobernantes, en una actitud por demás irresponsable, que solamente perseguía mantener su posicionamiento como el líder que velaba a tiempo completo por los intereses de la inmensa mayoría de los nicaragüenses, quienes se debatían en un nuevo entorno político, social y económico en las peores condiciones de pobreza.
Lo que desconocían los pobres de la tierra y los de Nicaragua en particular, es que mientras se lanzaban a estos últimos a las calles en las constantes asonadas para poner de rodillas a los gobiernos de Violeta Barrios de Chamorro y de Arnoldo Alemán, Ortega utilizaba estas medidas violentas con el único objetivo de tratar de consolidar un poderío económico, quizás siguiendo a pie juntillas las “sabias enseñanzas” del político mexicano Carlos Hank González, “El Profesor”, quien acuñó la frase de que “un político pobre es un pobre político”.
Primero fue mediante la creación de un Holding de Empresas, que bajo el eufemismo de Patrimonio del Partido, se esfumó de la noche a la mañana, unas quebradas por su mala administración y otras por las manos pachonas que abundaban en aquellos días. Luego fueron las empresas y propiedades obtenidas en el “Proceso de Concertación”, que con la experiencia fallida referida anteriormente, mejor fueron repartidas a título personal entre los nuevos líderes de un partido que colapsaba por inanición moral. Algunos capitales sobrevivieron y se desarrollaron exitosamente, otros sencillamente desaparecieron por la escasa habilidad empresarial de sus propietarios y algunos pocos mantuvieron a buen recaudo vastas propiedades, que después han ido vendiendo a excelentes precios en las nuevas condiciones económicas del país. El enriquecimiento personal se convertía en un fin, el que se debía de conquistar a cualquier costo. A la frase del mentado Hank González, se le agregó la otra famosa frase: El que tiene plata platica.
A partir de su ascenso al poder en Enero del 2007, Daniel Ortega consolidaba su figura como el presidente de los pobres. Fue en este año en que reiteradamente se entonaban en todos los actos de gobierno la música del Himno de La Internacional, tratando de identificarlo como el nuevo líder latinoamericano y mundial, que encarnaba no solo a los pobres de Nicaragua, sino a todos los pobres de la tierra. Parece ser que, abrumados por semejante herejía, desistieron de la misma en los años subsiguientes, para presentarlo únicamente como el líder de la Segunda Etapa de la Revolución, revolución que le ha permitido acumular un capital que ronda ya los 1,500 millones de dólares, de acuerdo a estimaciones de fuentes del Congreso Venezolano.
Atrás quedaron los días de pobreza, si alguna vez la hubo. Ahora, a tono con las nuevas condiciones económicas, el “Presidente de los Pobres” se codea con lo más selecto de la clase capitalista nacional y centroamericana. Poder y capital son usados para establecer las nuevas reglas del juego económico en el país, reglas que no por casualidad benefician ampliamente a sus empresas. Privatización de la cooperación venezolana, apropiamiento ilegal de las plantas de generación eléctrica donadas por Taiwán y Venezuela, comercio millonario y exclusivo con este último país para sus ALBA - empresas, información privilegiada del estado y tráfico de influencias son, entre otras, las causas de tan descomunal riqueza. Los nuevos amigos del Presidente Ortega no están precisamente entre las clases más bajas. La lección de los 90´s fue aprendida con prontitud y esmero.
Sin embargo, para los pobres siempre habrá el premio para seguir siendo pobres y no aspirar a más. Dadivas de las migajas del festín, disfrazadas de programas sociales, para mantenerlos con la mano siempre estirada, lo que equivale a reproducir el ciclo de pobreza que se alimenta de sí mismo. Gratuidad de una pésima educación pública, que con la disminución progresiva de su presupuesto, mantiene a los pobres en los niveles de ignorancia perpetua y los condena a seguir siendo pobres. Gratuidad de un sistema de salud que ofrece recetas a manos llenas, no así las medicinas necesarias para los cada vez más numerosos enfermos. Empleo solamente para los que aceptan someterse “voluntariamente” al catecismo orteguista y están dispuestos a rebajar su propia dignidad en rotondas, desfiles y marchas.
La receta somocista llevada a un mayor nivel de refinamiento, para que no quepa duda que los días de pobreza terminaron, desgraciadamente solo para la casta que detenta el poder y disfruta de sus inagotables mieles, las que sacan del panal al menor descuido de las abejas que la producen día a día a costa de sudor y sacrificios. Para los pobres, la ilusión de que su Presidente vela por ellos, como un modernizado Robin Hood que vive de ellos.