Cuesta entender la excesiva
y costosa fanfarria organizada para conmemorar la victoria del pueblo nicaragüense
sobre la dictadura somocista este 19 de Julio, sobre todo si tomamos en cuenta
que cada año que pasa, los que la dirigen se apartan de las banderas
enarboladas durante la lucha y se acercan, a pasos agigantados, precisamente a
lo que le dio origen a la misma. Entender este distanciamiento de los valores éticos
y los principios revolucionarios no es cosa fácil para muchos, que casi
religiosamente, año con año, se dan cita en la Plaza para reencontrarse con los
viejos amigos, contar las mismas historias como si fuera la primera vez,
recordar a los compañeros del barrio, de la escuadra o de la columna caídos en
combate o de aquellos que fueron capturados, torturados y asesinados por la
Guardia.
Es una jornada para compartir y rememorar, en la que muy pocos prestan
atención a los cansinos estribillos y a la absurda y complicada verborrea de la
misma maestra de ceremonia, que como se dice popularmente, toca las campanas,
pide la limosna, oficia la misa, limpia la iglesia, enciende las velas y hace
las confesiones. Mucho menos que atiendan cuando le toca el turno al
comandante, que a esas alturas, casi siempre al empezar la noche, ya muchos están
bajo el influjo de los infaltables “piquinyuquis” o cansados de la asoleada.
Sin embargo, este 34/19, como reza la propaganda oficial, hay que entenderlo
con algunas claves.
EL SOMOCISMO.
Nacido bajo la imposición de
la intervención norteamericana y teniendo como partida de nacimiento el
asesinato del General Augusto Cesar Sandino, durante 45 años se enquistó en
nuestro país una dictadura familiar y dinástica, cuyas principales bases de sustento
eran el clientelismo, que sometía a la población más pobre; la complacencia de una
parte de los empresarios, quienes compartían los negocios con el gobernante; un
sector de la clase política, dizque de oposición, cooptada por cargos públicos y
prebendas; un partido político, hecho como traje a la medida de las ambiciones
de la familia gobernante; y el infaltable aparato coercitivo, la Guardia Nacional,
subordinada totalmente a los caprichos del dictador.
La dinastía somocista, durante
todos los años que gobernó el país, sea con el fundador Somoza García o con su
descendiente Somoza Debayle, invariablemente se valieron del poder para amasar
una inmensa fortuna, mediante el enriquecimiento ilícito, la creación de
monopolios al amparo de la protección oficial, el uso de información privilegiada
para desarrollar sus negocios, compras forzadas de propiedades valiosas,
desarrollo de empresas en sectores claves que se beneficiaban de las
necesidades del estado, y si las necesidades no existían, se creaban. En fin,
un entramado de corrupción en la que se mezclaban los intereses del estado, del
partido y de la guardia, con los intereses de la familia. Algunos calculan
entre 800 y 1,200 millones de dólares la riqueza acumulada durante los 45 años
que duró el somocismo.
EL ORTEGUISMO.
Nacido luego de las ultimas
contradicciones a lo interno del sandinismo y posterior a la derrota a manos de
Violeta Barrios de Chamorro, el orteguismo es la liquidación física, moral y
espiritual del FSLN, un partido construido sobre las bases del legado de Dignidad,
Soberanía, Patria, Libertad y Justicia Social del General Sandino; de la lucha
guerrillera del Chaparral, Raiti y Bocay y de los valores y principios revolucionarios
inculcados por Carlos Fonseca, Silvio Mayorga, Oscar Turcios, Ricardo Morales Avilés,
entre muchos valiosos compañeros.
El orteguismo, una aberración
del sandinismo, se sustenta en el clientelismo perverso que obliga a los más
pobres, la inmensa mayoría de los nicaragüenses, a vivir bajo la esperanza de
la dádiva, del regalo, de la misericordia del poder. Sea con láminas de zinc,
gallinitas, chanchitos, un trabajo mal pagado o sencillamente estar en lista de
espera, han convertido a un amplio sector de la sociedad nicaragüense en
eternos pedigüeños. Además, se sustenta también en la alianza que mantiene con
un sector del empresariado nacional; la cooptación de una parte importante de
los políticos que se auto llaman de oposición; la subordinación total y
absoluta de la Policía Nacional, de casi todas las instituciones del estado y en
la mayoría de las instancias del poder local del país; y en el partido
orteguista, convertido en una secta donde el culto a la personalidad del
caudillo y su esposa solo recuerdan a la Italia de Mussolini y la Rumania de
Caucescu.
CORRUPCION.
Luego de su llegada al poder
en el 2007, el orteguismo inició un proceso de dos vías: consolidación del
poder político y del poder económico. Para el primero bastaron las viejas
recetas del somocismo: plata para los corruptos. Colgaban de los bolsillos de
los operadores del régimen un buen grupo de políticos que se llamaban de oposición,
quienes torcieron las leyes y las acomodaron al gusto del patrón. Una panda de inútiles,
vividores, zánganos y sinvergüenzas que vendieron hasta el alma, si es que aún
les quedaba, para agenciarse unos cuantos pesos a costa de dejar al país entero
en la estacada.
Para el segundo, la ayuda
venezolana cayó como anillo al dedo y a partir de su ilegal e inmoral privatización,
se empezó a construir un emporio económico como nunca antes se había visto en
Nicaragua. Como nuevos ricos empezaron a comprar cualquier cosa, hasta que se
enfocaron en lo que realmente valía la pena. Monopolio de la importación del petróleo,
monopolio en el almacenamiento del crudo, robo de las plantas de generación de energía
donadas por Taiwán y Venezuela, creación de un emporio de medios de comunicación,
monopolio del comercio con Venezuela, desarrollo de inversiones empresariales
en sectores claves, aplicación de la receta del Kirchnerismo argentino: no más
coima en los nuevos negocios, sino participación accionaria obligada en los
mismos, y últimamente la nueva modalidad: usar a testaferros en contratos
onerosos, en los que el estado queda atado de pies y manos a merced de la ambiciosa
voluntad del comandante. 100 años con la concesión canalera y 15 años con la concesión
a la famosa empresa de los escáneres. La Constitución y las leyes del país son
como papel mojado ante la voracidad sin límites de una familia, que al igual
que antes del 1/19, otra familia, la somocista, había convertido al país en
coto privado de sus fechorías.
REVOLUCION.
Hace 34 años, el pueblo nicaragüense
escribía con sangre y fuego una de las gestas más heroicas y dramáticas de la
historia latinoamericana: la derrota de la dictadura somocista, una hazaña política
y militar que concitó la admiración y simpatía del resto del mundo. Miles de
ciudadanos, dirigidos por un movimiento guerrillero que había logrado superar
sus propias diferencias, daban fin a una de los regímenes dictatoriales más sangrientos
del sub continente. Se daba paso a la construcción de los sueños de tantos héroes
que habían visualizado este momento. Héroes que lo habían dado todo a cambio de
nada. Héroes que murieron durante 45 años y que no pudieron ver el sueño hecho
realidad.
34 años después, ante tanta corrupción, tanta riqueza mal habida,
tantos monopolios, tantas empresas de la familia que surgen como hongos después
del aguacero, tanto derroche obsceno, vienen a la memoria dos personas, dos héroes,
dos leyendas: Francisco Rivera Quintero, “El Zorro”, Comandante Guerrillero y
de Brigada y Heriberto Rodríguez,
enlace entre generaciones de guerrilleros. Dos hombres que murieron en la más
abyecta pobreza, abandono y olvido. El Zorro y Heriberton son dos bofetadas al
rostro de los que hoy, viviendo de la sangre derramada por miles y miles de nicaragüenses,
personifican las causas por las que ellos lucharon.