La independencia fue
para que hubiese pueblo
y no mugrosa plebe:
hombres, no borregos de desfile;
para que hubiese ciudadanos;
Salomón de la Selva
y no mugrosa plebe:
hombres, no borregos de desfile;
para que hubiese ciudadanos;
Salomón de la Selva
Transcurrieron sin pena ni
gloria las celebraciones de la Independencia Nacional y la Batalla de San
Jacinto, con la particularidad muy especial de la suspensión del desfile patrio
en Managua por la indisposición del comandante Ortega, al mejor estilo de los
viejos emperadores africanos, que vinculaban los destinos del país a su
situación personal, una terrible y aberrante confusión entre el estado, el
poder y el caudillo.
Se cumplieron 193 años de la
firma del Acta de Independencia formal de España, el 15 de Septiembre de 1821,
lo que no impidió que 35 años después, el 14 de Septiembre de 1856, los
nicaragüenses de la época tuvieran que luchar, nuevamente, por otra
independencia, esta vez contra el filibustero William Walker y su Falange Democrática, quien llamado por
los traidores y vende patrias que siempre han pululado y pululan en nuestro
país, quiso apoderarse de Nicaragua nombrándose presidente en unas elecciones
más amañadas que las que nos tiene tan acostumbrados Robertito José al frente
de su CSE.
Es llamativo que Nicaragua sea
el único país en Centroamérica que celebra la llamada Guerra Nacional o Batalla de
San Jacinto el 14 de Septiembre, celebración que debe de llenarnos de
legítimo orgullo, pues representa un hecho histórico sobresaliente que se
sobrepuso al entreguismo de un grupo de malos nicaragüenses, quienes con tal de
cumplir sus ambiciones políticas fueron capaces de ayudar a someter al país a
manos de un filibustero y esclavista venido de lo más profundo del sur de los
Estados Unidos. Una batalla que tiene como antecedente luminoso el Pacto
Providencial del 12 de Septiembre, día histórico en que los líderes de las
facciones que anteriormente habían estado en pugna, Legitimistas y Democráticos, por fin dejaron de lado sus rencillas
políticas y se pusieron de acuerdo ante el peligro real de perder la libertad,
la soberanía y la independencia de la nación. Tuvo que correr mucha sangre y el
país aportar una enorme cuota de dolor y sufrimiento, para que entendieran que
haberle entregado en bandeja la soberanía nacional a un extranjero significaba
el fin de la patria.
158 años después de la
Batalla de San Jacinto, pareciera que estamos condenados a repetir los mismos
errores del pasado por tercera vez. La segunda fue el entreguismo de Moncada,
que mediante el Pacto del Espino Negro condenaba nuevamente al país a una nueva
invasión, esta vez no de fuerzas filibusteras y esclavistas, sino del propio
Ejército Norteamericano, quienes tuvieron en A. C. Sandino al Hombre Providencial que los enfrentó y
derrotó.
A tantos años de distancia y
con dos claros ejemplos de lo que no se puede ni debe hacer, pero también de lo
que sí se debe y tiene que hacer, nuestro país vive por tercera vez los dolores
del parto de una nueva independencia, esta vez para librarse de la venta de la
soberanía y la dignidad nacional a nuevos filibusteros venidos de China y Rusia.
Esta vez no fueron los Francisco Castellón Sanabria ni los José María Moncada
los encargados de entregar el país, en esta ocasión fue el que vive Haciendo Plata
en el país que él considera su hacienda personal, sin embargo, al igual que en
el pasado, los nicaragüenses encontraremos el camino para alcanzar nuestra
tercera independencia. El pueblo siempre tiene la ultima palabra.