En
los últimos días hemos observado una serie de eventos que confirman el
afianzamiento de un estado forajido y terrorista, que pretende intimidar al máximo
a sus ciudadanos, para evitar que levanten su voz ante los desmanes del
gobierno. Los mecanismos son variados, pero las etapas de la represión y los
agentes para llevarlos a cabo están claramente definidos: Criminalización de
las protestas y utilización de fuerzas paramilitares motorizadas y a pie como el
primer escalón represivo; uso de la policía para desarticular las protestas, legitimando
la intromisión de la fuerza pública en temas políticos y posicionándolos como
el segundo escalón de la represión contra la ciudadanía; y finalmente, el
escalamiento represivo en su etapa mayor, al utilizar al ejército y sus aparatos
de inteligencia contra el pueblo nicaragüense que rechaza muchas de las medidas
y acciones del gobierno.
Los
ejemplos son variados: ataque de las turbas paramilitares a los jóvenes que
acompañaban a los pensionados del INSS en su reclamo al gobierno, dejando como
resultado el robo de vehículos, motos, computadoras, teléfonos celulares y la agresión
física indiscriminada a dichos jóvenes, mujeres y varones, ante la vista, paciencia
y complacencia de la policía. Ataque de paramilitares motorizados armados a
escasos manifestantes, en su mayoría mujeres, que protestaban en el CSE o que
pretendían conmemorar el asesinato de Pedro Joaquín Chamorro Cardenal, de igual
forma contando con la cooperación necesaria de la policía “nacional”. Encarcelamiento
y tortura por parte de la policía a manifestantes que protestaban por el robo
descarado de las elecciones municipales en Nueva Guinea, en esta ocasión y por increíble
que parezca, la responsable de la Comisaría de la Mujer de la institución policial
fue la encargada de las agresiones a las jóvenes que fueron apresadas
ilegalmente, “Represión de Género” dirán algunos. Secuestro y tortura a
manifestantes capturados en Rivas y El Tule, ante la vista y paciencia de todo
el país, por el solo hecho de oponerse a la venta de la Soberanía Nacional hecha
por quienes deberían resguardarla. Tortura y asesinato en Anisales, Pantasma,
al joven Yairon Díaz Pastrana por parte del ejército, al ser acusado de
pertenecer a “grupos delincuenciales”, la población de Pantasma unánimemente condenó
el hecho y exoneró a la victima de los señalamientos imputados. Utilización de
una mochila bomba para aniquilar a un grupo de armados “inexistentes”,
nuevamente en Pantasma y posterior tortura y asesinato de Modesto Duarte
Altamirano, el ciudadano empleado como mensajero del mortal artefacto
explosivo.
Todos
los hechos anteriormente señalados, verídicos, comprobables y del dominio público,
no hacen más que confirmar lo expresado al inicio, que estamos frente a un
estado dictatorial, forajido y terrorista, que no siente el mínimo respeto por
sus ciudadanos y cuyas fuerzas represivas, ejército y policía, solamente actúan
a como lo hace su jefe supremo, con el desparpajo y la grosería mostrada en la recién
finalizada reunión de la CELAC, terminada abruptamente precisamente por la
creencia del comandante Ortega que fuera del país puede comportarse con la
impunidad con que actúa dentro de Nicaragua. Definitivamente, que a como camina
el cangrejo grande aprenden a caminar los pequeños.