A primera vista, la pregunta del título de este escrito podría ser la que todos en Nicaragua nos hacemos, luego de digerir los primeros resultados de las elecciones bolivianas, que, aunque no son oficiales, todavía, presagian una aplastante victoria del partido Movimiento Al Socialismo, MAS, fundado por Evo Morales. Si bien es cierto, el defenestrado presidente no ha sido figura principal en estos comicios, no es menos cierto que su omnipresente presencia ha tocado a todos, a unos de una forma y a otros de otra, ya sea positiva o negativamente. De acuerdo con los famosos sondeos a pie de urna, no tan alejados de algunas encuestas realizadas y que al parecer ninguno de los dirigentes opositores les prestó atención, Luis Alberto Arce Catacora se habría alzado con la elección de manera arrasadora, con el 52.4 % del sufragio electoral, obteniendo incluso mayoría en la Asamblea Legislativa Plurinacional, seguido de Carlos Meza con un 31.5 % aproximadamente y en tercer lugar Luis Fernando Camacho con el 14 %.
Es importante destacar algunos hechos que muchos siempre dan como fenómenos inamovibles y consideran que los pueblos no analizan a partir del aprendizaje cotidiano, la experiencia diaria y las percepciones, que a veces tienen mas peso que las acciones. La mayoría de la oposición tiene la creencia generalizada que en algún momento se convierte en una convicción absoluta, de que la generalidad de la militancia partidaria se identifica total y absolutamente con el caudillo. No ven fisuras, no ven disensos y no tienen un discurso para esa parte de la base que se aparta casi de manera imperceptible para los ortodoxos de las cupulas partidarias. Igual que en Bolivia no entendieron el distanciamiento de bases partidarias con Evo Morales, en Nicaragua existen los fanáticos puristas que no ven, ni entienden, ni aceptan que un sector importante del sandinismo orteguista se separó de la cúpula que representa no solo Daniel y Rosario, sino de una casta corrupta y facinerosa que ni representa ni tiene nada que ver con ellos. En Bolivia ni siquiera armaron un discurso para los que desde antes habían guardado distancia con Evo Morales y sus actos de corrupción. Siempre es la actitud triunfalista y avasalladora que impide ver más allá de las narices del fanatismo. En Nicaragua es peor aún, aquí se habla hasta de pasar cuentas a todo el que estuvo con el sandinismo, independientemente si tienen años de estar en las filas opositoras, incluso con mayor presencia, valentía y dignidad que muchos que se auto llaman de la oposición pura y limpia, sin obviar el hecho de que en ocasiones su comportamiento es mas bien como socios o comparsas de Ortega que como reales adversarios.
Los gobiernos de transición en Bolivia y los que sucedieron a la revolución en Nicaragua, con algunas excepciones, se caracterizaron por sus altos grados de corrupción, dando la impresión de que la llegada al poder era carta libre para arrasar con el Estado. El gobierno transitorio de Yanina Añez tuvo casos de corrupción verdaderamente emblemáticos, como el ocurrido con la compra a España de los respiradores artificiales para las víctimas del Covid en pleno ascenso de la Pandemia en Bolivia, con un sobreprecio calculado en cerca de tres veces el precio original, con el pago de los siempre presentes intermediarios que viven a costa del erario de la nación. Corrupción en tiempos de Covid, más criminal aun pues se roba sobre el sufrimiento generalizado de un pueblo. Cualquier parecido con el robo al erario publico ocurrido en Nicaragua durante la crisis provocada por el Huracán Mitch no es mera coincidencia, es el actuar propio de los depredadores que no les importa nada ni nadie y consideran que el estado es un coto privado de caza al cual tienen el derecho de expoliar.
Un factor que hay que analizar en el caso boliviano es la inestabilidad del gobierno transitorio, manifestada en los constantes cambios en ministerios y entes autónomos tales como la Agencia Nacional de Hidrocarburos, que cambió de presidente en cuatro ocasiones, otros ministros que renunciaron por no comulgar con las actitudes del Ministro de la Presidencia Arturo Murillo, catalogado como el verdadero poder tras el trono y responsable de la militarización del país, que más que evocar estabilidad, lo que provocaba era la percepción de que se vivía más tranquilo con Evo Morales quien tenía sometidas y controladas a las Fuerzas Armadas. Al final, no pocos votaron en contra de la bota militar omnipresente en todo el país y es de esperar que estén atentos al nuevo cambio de estas en el próximo gobierno del MAS. Hicieron lo contrario de lo que hizo Daniel Ortega durante los tres gobiernos democráticos, quien llevó la inestabilidad y el caos en las calles con las asonadas, para después presentarse como el factor de estabilidad.
Algo importante a destacar que muchos en la oposición todavía no entienden que Bolivia es un “Estado Unitario Social de Derecho Plurinacional Comunitario” donde la población mestiza e indígena es mayoritaria, aproximadamente el 85 % y cuyas creencias y cultura difiere de la minoría que accedió al poder con la salida de Morales en el 2019. Una de las creencias más arraigadas es el respeto a la vida, que no es solamente la de las personas, sino que la tierra misma es objeto de profundo respeto por las culturas ancestrales, minimizar el impacto de los incendios en la Amazonía boliviana choca con toda una concepción de cómo se respeta a la tierra como un ser viviente y dador de vida, algo que perjudicó notablemente a Evo Morales durante los incendios del 2019, lo cual no constituyó una lección aprendida para el poder transitorio. Mucha filosofía para quienes estaban mas interesados en desangrar al estado, sobre todo en convertir inmensas áreas de bosque virgen en tierras de pastoreo para explotar la ganadería extensiva, algo similar de lo que hace Ortega en Nicaragua, con la introducción de los colonos en la Reserva de la Biosfera Bosawás y en las tierras indígenas de la Costa Caribe, donde incluso son desalojados a sangre y fuego por dichos colonos, quienes a su vez están protegidos por el ejército.
Los recién llegados al poder se comportaron como verdaderos colonizadores, el 7 % blanco del total de la población boliviana llegaba para quedarse e imponerse como santacruzanos blancos, rubios y ojos verdes de alma y corazón. De repente se sintieron mayoría y apelaron a la alianza con las Fuerzas Armadas para prorrogarse en el poder. Con la Biblia en una mano y el fusil en la otra creyeron que estaban en la época de los gobiernos militares o en la misma colonia amparados en la Cruz y la Espada, siendo Luis Fernando Camacho el máximo exponente de esta tendencia fascistoide, militarista, racista y clasista, obviando no solo el laicismo del estado consignado en la constitución boliviana, sino el hecho de que, durante los sucesivos gobiernos de Morales, las Fuerzas Armadas convivieron pacífica y convenientemente, como siempre, con Evo. Cualquier coincidencia con los portadores de casillas prestadas y que reclaman pureza ideológica en nuestro país, no solo no es coincidencia, sino que hay un cordón umbilical que a tan lejanas distancias los une.
Otro error cometido es creer que todo lo que se hizo en el gobierno anterior era malo, lo cual es producto de la ceguera ideológica y la soberbia de quienes se consideran predestinados a hacer el bien por mandato divino. Bolivia gozó de estabilidad política, social y económica por mucho tiempo, tal vez no por voluntad de Evo Morales, sino por efecto de la política implementada por el candidato ganador Luis Arce, verdadero arquitecto de la política económica boliviana. Morales no cayó en la sumisión a Hugo Chávez y al Socialismo del Siglo XXI, mas bien se mantuvo a prudente distancia gracias a su autosuficiencia energética y al respaldo de la base indígena y mestiza. Hubo una distribución de la riqueza expresada en una serie de medidas que beneficiaban a la población en la medida que el Producto Interno Bruto superara porcentajes establecidos. Cosas que estaban a simple vista, pero no hay peor ciego que quien no quiere ver.
Finalmente, jamás entendieron que competir divididos solo presagiaba una derrota contundente. Las encuestas eran como gritos a sus oídos sordos y como siempre pasa con este tipo de gente, creen firmemente en que al final el voto les va a favorecer y se asumen como los llamados a aglutinar a la ciudadanía que en algún momento pidió un cambio. Fueron divididos y perjudicaron al único que en esta justa electoral hubiera sido capaz de llevarlas a segunda vuelta, una hipótesis por supuesto, pero con tanto desastre de quienes estaban obligados a ofrecer un cambio en el país e hicieron todo lo contrario, todavía dicha hipótesis queda en duda. Apelar al voto útil cuando ya casi todo está consumado, se antoja una falta de previsión y estrategia, además de poco respeto a los votantes. Apelar a las Montañas de Votos, Sandinismo vs. Anti-sandinismo, Derecha vs. Izquierda y peor aún, pelear por el segundo lugar sin convicción, motivación y voluntad de triunfo es un pasaporte seguro a la derrota, como ya lo hemos visto antes.
Si bien es cierto Nicaragua no es ni parecida a Bolivia, algunas lecciones deberán ser asimiladas por la oposición a Ortega, no se puede esperar absolutamente nada de los partidos y dirigentes zancudos, pero si podemos y debemos reclamar que no tengan cabida los “Camacho” y los “Creemos” en las organizaciones políticas que en alguna medida representan las aspiraciones antidictatoriales del pueblo nicaragüense.