sábado, 13 de febrero de 2010

TRADICIONALISMO POLITICO O MODERNIZACION POLITICA, EL GRAN DILEMA DE NICARAGUA

Según el diccionario virtual, Wikipedia, el tradicionalismo, en la historia de la filosofía, es la tendencia a sobrevalorar la tradición en cuanto al conjunto de normas y costumbres heredadas del pasado. No se trata necesariamente de una postura conservadora. Pero sí representa una actitud moderada ante los cambios, ya sean de pequeña o gran magnitud. En estos términos, el tradicionalismo político vendría a ser el reflejo del atraso de las instituciones políticas, el anclaje social de los partidos políticos, quienes a su vez son el reflejo del atraso de la sociedad en su conjunto, que prefiere mantener la tradición política ante la oferta del cambio. No podemos aspirar a partidos políticos modernos con una sociedad estancada en la tradición y las lacras que esta representa.

Nos quejamos de los políticos y los partidos políticos, que constantemente menosprecian la inteligencia de sus votantes, porque saben que en el tipo de sociedad que vivimos, todo se olvida, todo se perdona y siempre se está más pendiente de la bondad del caudillo de turno o del político de pueblo que del latrocinio cometido. Como sociedad tendemos a ser, consciente o inconscientemente, un espectador complaciente o un eslabón más de la cadena de los traficantes de la política. El ejercicio de la política se menosprecia. El político, en muchos casos un ciudadano de recursos limitados, vive como en una subasta, vendiéndose al mejor postor, que la mayoría de las veces está representado por quienes detentan el poder en ese momento. Entre más cínico más admirado. Es un hombre vivo, se acostumbra decir.

Abundan los tránsfugas o los que saltan de partido en partido, en busca no del bien hacia la comunidad que le dio su voto, sino de su propia estabilidad económica. Los caminos hacia el poder, entre más rápido mejor, no importa lo torcido que estos sean. Hay que llegar y llegar de primero. Se entiende rápidamente con los empresarios, quienes están prestos a pagar coimas, prebendas o impuestos por debajo de la mesa, a fin de que beneficien o no afecten sus negocios.

El Dr. Francisco Laínez, ex presidente del Banco Central en la época del último de los Somoza,  decía hace 10 años, “que en Nicaragua lo que se ha conocido como partidos políticos son agrupaciones que nacen y se fortalecen alrededor del gobierno de turno y del Presupuesto de Gastos de la República, los más nombrados, y además, de grupúsculos parásitos que nacieron como minorías y hoy forman parte de un llamado pluralismo, oportunistas que no ganan posiciones por esfuerzo político propio, sino con intrigas sucias, es nuestra cruda verdad a la fecha. En esas agrupaciones dirigentes y cortesanos viven metidos en el mismo costal como víboras venenosas mordiéndose entre sí, no importan los serios problemas del país”.

Todos ellos son el reflejo nuestro, el reflejo de la sociedad nicaragüense. Los políticos no vienen ni de otro país ni de otro planeta. Son parte de nosotros, vecinos nuestros. Los conocemos desde niños la mayoría de las veces, conocemos sus antecedentes familiares, morales, culturales, sociales, económicos.

Podemos detectar antes de endosar nuestro voto, de las proyecciones personales que podría tener una vez en el poder o en el cargo al que aspira. Tenemos la suficiente información como para saber de antemano como se comportará en el futuro. Sin embargo, caemos en el tradicionalismo de votar por el partido, como borregos, independientemente que sepamos que el candidato que nos pide el voto es un delincuente en potencia. La culpa de la calidad de la clase política que tenemos en Nicaragua es solamente nuestra. Nosotros los hemos llevado a donde están.

En el 2006, nuestro país tuvo la oportunidad de cambiar el estado de cosas e incursionar por primera vez en la modernización política, votando por personas que, sin ningún tipo de dudas, eran los mejores candidatos. El espectro político se distribuyo con 900 mil votos al FSLN, 700 mil votos a la opción que representaba el Lic. Eduardo Montealegre, 600 mil votos al Dr. Arnoldo Alemán y 200 mil votos a Mundo Jarquin.  Nicaragua prefirió inclinarse hacia el tradicionalismo político, otorgando un millón y medio de votos al FSLN y al PLC. Los votantes tenían toda la información disponible acerca del pacto del 2000 entre Ortega y Alemán, sin embargo esto no impidió dicho caudal de votos. Las dos opciones que representaban la modernización de la política nicaragüense tuvieron 900 mil votos, cantidad nada despreciable para tener, al menos, la esperanza que la ciudadanía quiere un rumbo diferente.

Nicaragua vive momentos cruciales para su futuro democrático. Solo tenemos dos caminos para escoger. Uno: Continuar en el tradicionalismo político, que arrastra el caudillismo, el servilismo, el transfuguismo, el tráfico de influencias, el enriquecimiento ilícito, la incultura, la inmoralidad, la ilegalidad y otras lacras. El otro: Entrar de una buena vez en una etapa de modernización política, que refleje la otra cara de las intenciones y aspiraciones de la sociedad nicaragüense, la cara que nos muestre la dignificación de la función pública,  el desarrollo económico con equidad y justicia social, el respeto a la Constitución Política del país y a todo el estamento jurídico que norma la conducta social, respeto al camino democrático que hemos elegido como sistema social y sobre todo, el respeto a la dignidad de las personas, en tanto sujetos de su propia transformación y no meros objetos moldeables al capricho y conveniencia del caudillo de turno.