sábado, 9 de julio de 2011

LOS RETIRADOS DEL EJERCITO: OTRO SECTOR HUMILLADO POR EL ORTEGUISMO

Nicaragua a través de su historia registra una serie de ciclos de violencia que no le han permitido alcanzar un desarrollo normal, tanto en su vida política, como social y económica. La guerra ha sido el común denominador de nuestro país, antes y después de la independencia y que también se ha visto afectado por las sucesivas intervenciones extranjeras, ya sea de los países centroamericanos, Gran Bretaña o de los Estados Unidos. Prácticamente, todos los grandes periodos en que se puede dividir la historia nacional, estuvieron signados por los conflictos bélicos.
El asesinato de Sandino el 21 de Febrero de 1934 a manos del Jefe Director de la Guardia Nacional, Anastasio Somoza García, impuesto por la segunda intervención norteamericana, inauguró el primer ciclo sangriento de nuestra historia moderna, el cual se extendió desde este mismo año hasta 1979. Fueron 45 años de lucha contra la dictadura dinástica de los Somoza García y los Somoza Debayle, en que la lucha guerrillera se constituyó como el principal método para terminar con el oprobio. Carlos Fonseca Amador recoge el legado histórico de Sandino y lo expresa en la fundación de un destacamento de vanguardia, el FSLN, que es quien concluye la obra de liberación de nuestro país de las garras del somocismo el 19 de Julio de 1979. 50 mil muertos dejó como resultado este ciclo de violencia.
El segundo ciclo se inicia inmediatamente después de 1979. La liberación de nuestro país de la dictadura recién derrocada daba paso a un proyecto con una visión hegemónica, cuya concepción y ejecución, irremediablemente provocó la guerra civil de los años 80´s. Una lucha entre nicaragüenses divididos en dos bandos, el de la Revolución y el de la Contrarrevolución. Ambos conformados por lo mejor de los hijos de la patria. Ambos defendiendo sus ideas y tratando de destruir al otro por la fuerza de las armas. Ya no se trataba de piedras, concones, escopetas, rifles de cacería o bombas de contacto. Ahora los bandos en pugna contaban con lo más moderno del arsenal de las súper potencias, que dirimían sus diferencias en nuestros campos y montañas.
El mayor peso de la guerra lo tuvieron los Oficiales del EPS y los soldados del Servicio Militar  por un lado y por el otro, la contrarrevolución o “contras” como preferían llamarse, compuesto mayoritariamente por campesinos, quienes se resistían a formar parte de la corriente hegemónica, político – ideológica, que planteaba un tipo de sociedad adversa a la tradición y cultura de esta parte de nicaragüenses. El abuso reiterado de ciertos cuadros políticos del sandinismo en las zonas rurales aceleró el nacimiento de la contra, teniendo su punto culminante con los hechos acaecidos en Pantasma, en los que dirigentes territoriales se comportaban igual o peor que la guardia somocista, provocando los primeros contingentes de rebeldes que se enmontañaban para luchar contra la Revolución, luego de ser agredidos y vejados.
Fue la guerra de los 80´s el ciclo de violencia más sangriento que le ha tocado vivir a los nicaragüenses. Miles de jóvenes del campo y la ciudad enfrentados en las montañas de nuestro país, dejando una sangría que, a como fue expresado en el Pronunciamiento “Justicia, Democracia y Paz”, de los Ex Militares Patrióticos el 15 de Marzo de este año,  produjo un saldo de más de 100 mil muertos entre oficiales y miembros permanentes del EPS, reclutas del SMP, milicianos, reservistas, combatientes de la contra y población civil, además de miles de lisiados de guerra de ambos bandos. En dos ciclos se suman 150 mil muertos, nicaragüenses todos, cuyas heridas psicológicas son difíciles de cerrar, por más que se hable de reconciliación, paz y amor.
Finalizado el conflicto, se procedió al desarme de la contra y reducción del Ejército. Miles de oficiales y reclutas fueron dados de baja. La mayoría de oficiales, sin mayor calificación profesional, tuvieron problemas de inserción a la vida económica y productiva del país, por lo que nuevamente se dio el amago de un tercer ciclo de violencia con la aparición de los rearmados, recontras, recompas y revueltos, este ultimo un extraño fenómeno de alianza entre desmovilizados de la contra y retirados del ejército, que amenazaban la estabilidad del gobierno de Violeta Barrios de Chamorro.
Mediante compensaciones económicas se frustraron dichos movimientos, pero en las altas esferas del poder político y militar, quedó la sensación del peligro que representaban estos sectores, pero sobre todo, que tuvieran pensamiento propio, por lo que surgieron las organizaciones, que antes que agruparlos los dividieron. Los asociaban para disociarlos. Los organizaban para mantenerlos desorganizados. Los pocos beneficios que fluyeron siempre eran para los dirigentes, lo que provocaba más división y nuevos grupos. Nunca se fortalecieron como gremio para poder demandar proyectos económicos, productivos, de vivienda y educativos. Los sucesivos gobiernos de la post guerra se coludieron con los mandos castrenses para evitar que los retirados surgieran como fuerza política organizada, ya que siempre fueron vistos como una amenaza a la estabilidad social y al estatus quo que se pretendía mantener incólume, pues este beneficiaba a las cúpulas de gobernantes y de la “oposición” dizque sandinista, devenida luego en orteguista.
El gobierno actual no ha sido la excepción. Desde antes de llegar al poder han sido los principales gestores de la división de este grupo de hombres y mujeres que dieron lo mejor de sus vidas por un ideal. Siempre han manipulado las necesidades de este sector para utilizarlos como grupos de choque en contra de los gobiernos anteriores. Por ser un año electoral decidieron comprar conciencias con pensiones de 1200 y 2400 córdobas, cuatro años y medio después de haber llegado al poder. Les han entregado algunas láminas de zinc y uno que otro bono productivo. La modalidad es la misma, carnetización partidaria, demostración de “Amor a Daniel” y garantía del voto el 6 de Noviembre próximo. Sin embargo, no se puede ocultar que muchos han muerto y no han contado con el apoyo de sus antiguos dirigentes, ni siquiera para proporcionarles un ataúd con que enterrarlos. Otros muchos padecen de graves enfermedades y no son atendidos con prontitud y la dignidad que se merecen. Han sido despreciados y rebajados por los comisarios políticos del partido en los territorios, una casta de verdaderos parásitos que hoy están donde están, por el sacrificio y la lucha de estos valientes soldados.
Son rechazados y marginados por una sociedad que los ve como parte de un pasado de dolor y sufrimiento, pero que, quiérase o no, son parte de la historia de este país, tan acostumbrada a los conflictos bélicos y al caudillismo militar y como tal, tienen el completo derecho de vivir una vida digna, sin mendicidades ni manipulaciones políticas. Pero los retirados deben de dar el primer paso para salir de tanto vivián, enquistados como tumores cancerosos en sus organizaciones gremiales y al servicio de los que detentan el poder. Deben exigir la dignidad que les corresponde y dejar de seguir siendo blanco de los políticos, quienes se los reparten en pedazos, a como han hecho con el otro sector de combatientes, la contra, pero esta es otra historia.