viernes, 19 de septiembre de 2014

HACIA UNA TERCERA INDEPENDENCIA

La independencia fue para que hubiese pueblo
y no mugrosa plebe:
hombres, no borregos de desfile;
para que hubiese ciudadanos;
Salomón de la Selva


Transcurrieron sin pena ni gloria las celebraciones de la Independencia Nacional y la Batalla de San Jacinto, con la particularidad muy especial de la suspensión del desfile patrio en Managua por la indisposición del comandante Ortega, al mejor estilo de los viejos emperadores africanos, que vinculaban los destinos del país a su situación personal, una terrible y aberrante confusión entre el estado, el poder y el caudillo.

Se cumplieron 193 años de la firma del Acta de Independencia formal de España, el 15 de Septiembre de 1821, lo que no impidió que 35 años después, el 14 de Septiembre de 1856, los nicaragüenses de la época tuvieran que luchar, nuevamente, por otra independencia, esta vez contra el filibustero William Walker y su Falange Democrática, quien llamado por los traidores y vende patrias que siempre han pululado y pululan en nuestro país, quiso apoderarse de Nicaragua nombrándose presidente en unas elecciones más amañadas que las que nos tiene tan acostumbrados Robertito José al frente de su CSE.

Es llamativo que Nicaragua sea el único país en Centroamérica que celebra la llamada Guerra Nacional o Batalla de San Jacinto el 14 de Septiembre, celebración que debe de llenarnos de legítimo orgullo, pues representa un hecho histórico sobresaliente que se sobrepuso al entreguismo de un grupo de malos nicaragüenses, quienes con tal de cumplir sus ambiciones políticas fueron capaces de ayudar a someter al país a manos de un filibustero y esclavista venido de lo más profundo del sur de los Estados Unidos. Una batalla que tiene como antecedente luminoso el Pacto Providencial del 12 de Septiembre, día histórico en que los líderes de las facciones que anteriormente habían estado en pugna, Legitimistas y Democráticos, por fin dejaron de lado sus rencillas políticas y se pusieron de acuerdo ante el peligro real de perder la libertad, la soberanía y la independencia de la nación. Tuvo que correr mucha sangre y el país aportar una enorme cuota de dolor y sufrimiento, para que entendieran que haberle entregado en bandeja la soberanía nacional a un extranjero significaba el fin de la patria.

158 años después de la Batalla de San Jacinto, pareciera que estamos condenados a repetir los mismos errores del pasado por tercera vez. La segunda fue el entreguismo de Moncada, que mediante el Pacto del Espino Negro condenaba nuevamente al país a una nueva invasión, esta vez no de fuerzas filibusteras y esclavistas, sino del propio Ejército Norteamericano, quienes tuvieron en A. C. Sandino al Hombre Providencial que los enfrentó y derrotó.

A tantos años de distancia y con dos claros ejemplos de lo que no se puede ni debe hacer, pero también de lo que sí se debe y tiene que hacer, nuestro país vive por tercera vez los dolores del parto de una nueva independencia, esta vez para librarse de la venta de la soberanía y la dignidad nacional a nuevos filibusteros venidos de China y Rusia. Esta vez no fueron los Francisco Castellón Sanabria ni los José María Moncada los encargados de entregar el país, en esta ocasión fue el que vive Haciendo Plata en el país que él considera su hacienda personal, sin embargo, al igual que en el pasado, los nicaragüenses encontraremos el camino para alcanzar nuestra tercera independencia. El pueblo siempre tiene la ultima palabra.