lunes, 29 de octubre de 2018

DANIEL ORTEGA Y LA IGLESIA CATÓLICA. UN REPASO DE CINISMO Y MALDAD


Históricamente, la relación de Daniel Ortega con la Iglesia Católica ha sido una continuada historia de oportunismo, parasitismo y agresiones, sobre todo de oportunismo, si tomamos en cuenta el sacrificio que no pocos de sus miembros dieron antes, durante y después del proceso revolucionario. En diferentes épocas de su agitada vida política ha intentado someterla a sus intereses personales: en los años 80’s como líder del sandinismo; en los años 90’s hasta el 2006 como caudillo del orteguismo y candidato presidencial en tres ocasiones; a partir del 2007 como presidente del país construyendo el andamiaje de una dictadura familiar dinástica. Sin embargo es importante conocer la historia previa, ya que al parecer el comandante padece de amnesia selectiva.

Desde antes del triunfo de la Revolución, muchos de los cuadros que figuraron en la lucha contra el somocismo fueron influenciados por los grupos pastorales que hacían su labor en los barrios más pobres. Religiosos, sobre todo Jesuitas, se incorporaron a la lucha armada del FSLN, regando con su sangre generosa el camino de la victoria contra el sistema somocista o dando el ejemplo de compromiso militante de predicar con los hechos, aun si estuviera en riesgo la vida misma. Uno de ellos, Gaspar García Laviana, "Martin", sintetiza ese compromiso militante de un cura revolucionario, que refrenda con su vida las ideas que predicaba. Otro, José Antonio Sanjinés, “Goyito”, Jesuita Vasco expulsado del país por Somoza en 1971, se integró a la lucha desde el Frente Sur “Benjamín Zeledón”, cumpliendo su promesa de: “Volveré!”, hecha desde el aeropuerto el día de su salida forzosa del país. Regresó triunfante el 19 de Julio integrando las filas guerrilleras, para posteriormente dedicar parte de su vida a la formación del Ejército Popular Sandinista, dando en todo momento ejemplo de entereza, honradez y humildad.

La tensión entre Ortega y el clero católico data de inicios de los años 80’s, cuando se percibió al liderazgo de la iglesia como potenciales enemigos del proceso revolucionario que recién iniciaba. La modalidad fue el ataque frontal y directo, antes que el dialogo y la negociación, la vieja escuela estalinista del caudillo criollo. Eso conllevó a los casos harto conocidos de Monseñor Salvador Schaeffler, dirigiendo el éxodo de miles de indígenas misquitos hacia Honduras; el del Padre Bismark Carballo, siendo vejado y humillado públicamente por agentes de la Seguridad del Estado; el del Padre Amado Peña, al que involucraron en una trama conspirativa armada por la misma Seguridad del Estado, todos estos casos en el año 1982. En 1984, Monseñor Pablo Antonio Vega, Obispo de la Diócesis de Chontales, fue expulsado del país, siendo transportado a la fuerza hasta territorio hondureño en helicóptero, casi en pijamas y en horas de la madrugada. Monseñor Obando y Bravo, en aquel entonces máximo jerarca de la Iglesia Católica, fue perseguido, espiado, humillado y boicoteado a más no poder.

El periodo posterior a la Revolución encontró a Daniel Ortega enfrascado en asumir el control total del FSLN y en tratar de recomponer su tan deteriorada imagen, la que evocaba guerra, escasez y persecución. Era vital establecer un nuevo estilo para desarrollar todas las alianzas posibles, sobre todo con aquellos sectores que tanto le adversaron. Los 16 años de gobiernos posteriores a la revolución hicieron difícil que disminuyera la desconfianza de la Iglesia hacia  el eterno candidato presidencial. Fueron los años del blanco angelical, los arrepentimientos en plaza pública, las pedideras de perdón a los ultrajados años atrás, los discursos prometiendo la Paz, renegando de la guerra y jurando hasta con los dedos de los pies que nunca más volverían el luto, la sangre y el dolor en nuestra patria. Sin embargo, una vez instalado en el poder en el 2007, los viejos planes, tan afanosamente disimulados, salieron nuevamente a flote. Gracias a la persistencia, a un golpe de suerte y a los pecados ajenos, pusieron en bandeja de plata la cabeza de quien Ortega con tanto afán había buscado por muchos años. COPROSA y las raterías de Roberto Rivas, convirtieron al finado Cardenal en un rehén más, después de que tantas veces, vana e infructuosamente, intentó sentarlo a su lado. Ahora simplemente lo sometería a sus caprichos, esta vez en calidad de cooperador necesario, silencioso y silenciado. Utilizando distintos niveles de presión, los planes se echaron a andar: dividir a la Iglesia Católica, enfrentar al pueblo contra sus guías espirituales, fracturar la cohesión de la Conferencia Episcopal.

El primer nivel fue la Cooptación. Primero optaron por ofrecer ayuda para reparar templos y casas curales. La orden dada a los comisarios políticos era participar en todos los eventos religiosos, infiltrarse en cuanto comité de las iglesias se formara y dar la plata que fuera necesaria para cooptar a los religiosos. Como la Jerarquía no cayó en la trampa pasaron al siguiente nivel: La Difamación.  Despuntaron con el famoso episodio del “Hacker de Lujo”, una filtración hecha por ellos mismos, que acusaba a algunos sacerdotes de ser aficionados al alcohol, dinero y mujeres. Con la vieja enseñanza de Maquiavelo, que de la calumnia hecha algo queda, se dio rienda suelta a la campaña de ultraje y descrédito dirigido en contra del entonces Monseñor Leopoldo Brenes, Monseñor René Sándigo, Monseñor Abelardo Mata y Monseñor Hombach
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Dado que ni la Conferencia Episcopal aflojó en sus justas críticas al gobierno, ni la inmensa mayoría de católicos se alejó de sus pastores, tuvieron que pasar a un nivel mayor de presión: La Intimidación. En el 2010, un año después de su llegada al país, el blanco fue Monseñor Silvio José Báez,  primero mediante el robo de su maletín personal, el que había dejado en el vehículo, toda una práctica con “marca de la casa” reconocida, para recolectar información directa de computadoras y documentos escritos, luego la amenaza de sujetos armados cuando se movilizaba en su vehículo por la carretera norte y posteriormente, en abril del 2011, dos sujetos armados entraron al Seminario Mayor, su lugar habitual de residencia, con obvias intenciones de asaltarlo y vejarlo.

Dado que ninguna de las presiones tuvo éxito, pasaron al máximo nivel: El Asesinato. La primera administración de Ortega finalizó con el deleznable crimen del Padre Marlon Pupiro, cura párroco del municipio de La Concha. El 20 de Agosto del 2011, a escasos dos meses y medio de las elecciones de Noviembre de ese año, se perpetraba el asesinato del Padre Pupiro, un tenaz e incansable critico de Ortega y si bien no fue ejecutado en el pulpito durante la misa dominical, a como lo fue Monseñor Oscar Arnulfo Romero, sus últimas homilías recuerdan precisamente al Mártir y ahora Santo Salvadoreño. Su “NO TENGAN MIEDO!” resonaba estrepitosamente en los oídos de sus verdugos. Se pretendió dar una lección al clero católico de que meterse en política y sobre todo, en contra de Ortega, tiene sus riesgos…y a veces mortales.

Luego llegaríamos al 21 de mayo del 2014, posterior al fraude electoral del 2011, con la entrega de la Conferencia Episcopal del histórico documento “En búsqueda de nuevos Horizontes para una Nicaragua mejor, en el que se sentaba la posición oficial de la Iglesia Católica, en la voz de sus Obispos, respecto a la situación política, social y económica de Nicaragua después de siete años de gobierno de Ortega. Era un documento demoledor del cual el comandante no podría alegar ignorancia, cuando cuatro años después, pidió a la misma Conferencia Episcopal le ayudara a sacar las castañas del fuego, luego de la Insurrección de Abril.

Fue una solicitud con todo el cálculo maquiavélico de un viejo zorro de la política sucia, acostumbrado a avasallar o ganar tiempo para seguir avasallando, según sus propias consideraciones y necesidades coyunturales. Una vez logrado el objetivo de haber desmontado los tranques a sangre y fuego y mantener en el país un virtual Estado de Sitio, el dialogo a lo interno se vuelve innecesario y por consiguiente los mediadores también. Vuelve entonces Ortega con las viejas tácticas de guerra,  la de los años 80’s, la amenaza, el chantaje y la intimidación a quienes llamó en un momento de desesperación y desconcierto. Recrudecen de nuevo los ataques a los principales voceros de la Iglesia Católica. Vuelve nuevamente a fijar su blanco en la persona de Monseñor Silvio José Báez, Obispo Auxiliar de la Arquidiócesis de Managua y una de las voces críticas más respetadas de Nicaragua, quizás la más respetada. Es la piedra en el zapato que le impide doblegar a la Jerarquía Católica, según sus propias cuentas. En el colmo del cinismo, envían “solicitudes” al Papa Francisco para que exilie a Monseñor Báez y entre más largo, mejor. Solicitudes firmadas por los trabajadores del estado, manipulados y chantajeados. Solicitudes encabezadas por las letanías absurdas de quien ha tratado por todos los medios de dividir a la Iglesia.  Sin embargo, ignorante por conveniencia de la historia, se resiste a entender que en los años 80’s no pudo, tampoco en los 90’s y menos ahora, luego de tanta sangre inocente derramada, producto de un demencial y malévolo apego al poder y a riquezas mal habidas.