sábado, 23 de agosto de 2014

LOS CAMINOS DE LA DROGA

El consumo de droga es una realidad que no se puede esconder. Aunque es una actividad que se realiza en la sombra, mueve miles de millones de dólares cada año, y es la forma de vida de muchas personas en el mundo. Un negocio que, al estar ilegalizado, es aún más peligroso, por estar directamente relacionado con la violencia. Una de las zonas más afectadas por el tráfico de drogas es la región de Centroamérica, que une como un puente las dos orillas del narcotráfico: por un lado la producción (Sudamérica) y por otro el consumo (Norteamérica). En términos generales es la región sudamericana la que produce la droga que transita por Centroamérica y México, camino de Estados Unidos, el principal consumidor de droga del mundo. Cada mes, más de 22 millones de personas en los Estados Unidos consumen algún tipo de droga ilegal. Este mercado demanda grandes cantidades de droga, que llegan a través de Honduras, Guatemala, El Salvador o Panamá. El 90% de la droga producida en Sudamérica pasa por Centroamérica antes de llegar a Estados Unidos.
Centroamérica, zona de tránsito y de conflicto.
La región centroamericana está determinada geográficamente a ser el puente que une la producción de droga con el consumo. Es el eslabón que une la cadena, una pieza clave en el narcotráfico del continente americano, y que sufre especialmente las peores consecuencias de este negocio. Hay dos tipos principales de organizaciones de tráfico de drogas en Centroamérica: administradores y transportistas. Las organizaciones mexicanas se encargan principalmente de la administración y obtienen la mercancía necesaria de los países de origen, con grupos peruanos, colombianos y bolivianos. 
Además de los propios cárteles, que se preocupan por gestionar su mercancía, en Centroamérica aparece un actor autóctono de la región: las maras, peligrosas bandas locales que también administran el tráfico de drogas. La otra categoría, los transportistas, tienen conocimiento previo de rutas de tráfico, y cuentan con los contactos necesarios en círculos de los Gobiernos dada su experiencia con robos y contrabando. Actualmente la tarea de estos transportistas es trasladar drogas desde Sudamérica hasta México. Sin embargo estos grupos han ampliado sus actividades de narcotráfico, y ahora operan como distribuidores locales y suministradores de marihuana, materia prima para drogas sintéticas, y amapola para la producción de heroína.
En su camino hacia México, la droga atraviesa algunas de las selvas más densas del planeta, las zonas más violentas del mundo, un sinfín de islas, túneles, senderos, surca el mar e incluso los cielos. Es un camino complicado y peligroso, pero eso no impide que cada año 900.000 kilos de cocaína pasen por Centroamérica.
Atravesando las selvas de Panamá y Costa Rica.

Es muy difícil traficar por tierra grandes volúmenes de droga desde Sudamérica debido a la región del Darién, una extensión de jungla casi infranqueable entre Colombia y Panamá. Para sortear esta barrera, algunos traficantes hacen el corto viaje hasta Panamá por mar desde el Golfo de Urabá en el Atlántico. Alrededor del 55% de los cargamentos detectados por las autoridades en la frontera Colombia-Panamá tienen lugar en este punto. Para evitar ser interceptados, los traficantes esperan una brecha en las patrullas de seguridad antes de hacer el viaje, utilizando una amplia gama de embarcaciones marítimas. Al llegar a Panamá, el cargamento se almacena a menudo en áreas que no son accesibles por carretera, antes de ser enviadas hacia el norte. Las autoridades estiman que tal vez entre el 5% y el 10% de la cocaína que entra al país se consume localmente, de modo que Panamá es un simple punto de tránsito para la droga.

El siguiente país en el viaje hacia el norte es Costa Rica. Los exuberantes parques nacionales de este país atraen a turistas de todo el mundo por sus selvas tropicales, blancas playas y manantiales de aguas termales, pero también reciben visitantes no tan deseables: los narcotraficantes. Los cárteles han encontrado un paraíso vasto en los manglares y junglas, con pocos pobladores y escasa vigilancia policial, que pueden usar como puntos de almacenamientos para la cocaína. Los 28 parques de Costa Rica abarcan una cuarta parte del territorio, lo que significa que los narcotraficantes tienen más que suficientes pantanos, montañas y junglas para esconderse. También han comenzado a aprovechar cada vez más la fértil tierra para sembrar marihuana entre los almendros y cedros del lugar.

El número de envíos directos de droga a Costa Rica ha aumentado notablemente en los últimos años. Entre 2006 y 2010, el país incautó una media de 20.000 kilos de cocaína anuales, un notable aumento en comparación con los 5.000 kilos incautados entre el año 2000 y el 2005. El aumento de la actividad de los cárteles de la droga en los parques de Costa Rica se explica por el llamado efecto globo, que desplaza el narcotráfico desde las zonas donde está siendo combatido por militares (como en México, Colombia, Honduras o Guatemala) hacia otros espacios como Panamá o Costa Rica.
Dos países ajenos: Nicaragua y El Salvador

Nicaragua es principalmente un punto de abastecimiento y tránsito de droga. Los traficantes nicaragüenses rara vez son encontrados fuera de su país de origen. Las comunidades costeras, incluyendo los grupos indígenas, proveen apoyo logístico a los traficantes, pues esta actividad ilegal es una de las pocas fuentes de ingresos para la población de las áreas aisladas. Además, en muchas de estas áreas remotas se instalan pequeñas pistas de aterrizaje para avionetas, pues viajar por carretera es impracticable entre la densa selva.

En Nicaragua la mayoría del tráfico de drogas es costero, aunque también existe un flujo interior a través de los ríos, algunos de los cuales transitan a lo largo de más de la mitad del istmo. Las características hidrológicas de este país hacen muy poco transitable el territorio. En este caso la geografía ha permitido a Nicaragua librarse del narcotráfico. El papel periférico que desempeña Nicaragua en el tráfico de drogas viene a recordar el papel anteriormente desempeñado por Centroamérica como región.

Por su parte El Salvador, por su reducida extensión, no es un punto importante en el camino del narcotráfico. Las autoridades manifiestan que por su país transita muy poca cocaína debido a la carencia de una costa atlántica y a que presenta muy pocas ventajas sobre los países más al norte. También es cierto que El Salvador es el país con mayor densidad de población en la región, lo que reduce las oportunidades de utilizar pistas de aterrizaje clandestinas y zonas remotas de desembarco marítimo. Las incautaciones de cocaína se encuentran normalmente entre las más bajas de la región centroamericana. En 2011 se realizaron apenas 130 incautaciones, muy pocas comparado con las cifras de los países vecinos. La policía informa que sólo atraviesa el país el “tráfico hormiga”, siendo la mayoría de los envíos menores de dos kilogramos.

Honduras, zona de recibimiento

Honduras es hoy en día el punto de entrada más popular para la cocaína con dirección norte hacia Guatemala. Los flujos de cocaína directos a Honduras crecieron de forma significativa después de 2006 y aumentaron enormemente tras del golpe de Estado en 2009. De manera especial ha crecido el tráfico aéreo desde la frontera entre Venezuela y Colombia, gran parte del cual era anteriormente dirigido a La Española y ha sido redirigido a las pistas de aterrizaje clandestinas en Honduras. De los 80.000 kilos de cocaína que llegan por aire hacia Estados Unidos, aproximadamente 65.000 aterrizan previamente en territorio hondureño.
Siguiendo la Carretera Panamericana apenas se recorre la zona sur de Honduras. El único punto de entrada por la costa del Pacífico en este país es el pequeño Golfo de Fonseca, lugar de frecuentes desembarcos ilegales. Desde allí, varios caminos llegan hasta Tegucigalpa. La capital del país no sufre de manera especial la acción del narcotráfico. Todo el peso de la droga recae sobre la mitad norte de Honduras. Una de las zonas más importantes para el narcotráfico en Honduras en la región de La Mosquitia, en el departamento Gracias a Dios, al noreste del país. En esta zona son muy corrientes los enfrentamientos entre cárteles, y abundan las noticias sobre asesinatos e incautaciones de alijos de droga. Es en La Mosquitia donde se entregan los paquetes que llegan desde Colombia por aire, utilizando varias pistas clandestinas, o desde el mar, con Puerto Lempira como localidad más importante de la región y principal lugar de descarga de envíos ilegales.
Una vez en tierra, la droga cruza la frontera por puntos clandestinos en la frontera con Guatemala, en la que es una de las zonas más peligrosas del mundo. Los municipios a ambos lados de esta frontera, la mayoría rurales, están afectados por altas tasas de homicidios. Por Honduras transita el 80% de la droga que llega a México desde Sudamérica con destino a Estados Unidos. Este mercado está disputado entre el cártel de Los Zetas y el Cártel del Pacífico. El 80% de la droga que transita por Honduras se traslada por vía marítima y el 20% restante por tierra y aire, según las autoridades hondureñas. 
En 2012, se incautaron más de 5.000 kilos de cocaína y unos 20.000 kilos de pasta de pseudoefedrina, para la fabricación de pastillas de éxtasis. Porque el narcotráfico no sólo maneja droga, sino también los materiales necesarios para procesarla y fabricarla, y muchas veces también son incautadas estas mercancías. La inestabilidad política y la violencia generada por el narcotráfico y la proliferación de las maras, han convertido a Honduras en uno de los países más peligrosos y violentos del mundo. Honduras tiene la tasa de homicidios más alta del mundo: al menos 20 personas son asesinadas cada día en una nación con ocho millones de habitantes. En el año 2011 Honduras registró más de 6.000 asesinatos. La segunda ciudad del país, San Pedro Sula, es la más peligrosa del mundo por delante de Ciudad Juárez. Cada día hay una media de tres asesinatos en San Pedro de Sula.
Todos los caminos llevan a Guatemala
Cuando se trata del tráfico de droga en Centroamérica, todos los caminos llevan a Guatemala. Tradicionalmente, el país ha estado claramente dividido entre las rutas de suministro al Cartel del Pacífico que permanecen cerca de la costa sur y aquellas que suministran a Los Zetas, el cártel mexicano que controla la mitad norte del país. Después de pasar desapercibidas por la guardia costera, las lanchas cargadas de droga atracan en la costa cercana a Puerto Quetzal, y por tierra la mercancía es gestionada y transportada por las bandas locales para hacérselas llegar a los narcotraficantes mexicanos del poderoso Cártel del Pacífico, que llevan la droga a México por el departamento de San Marcos.

De forma paralela, los cargamentos ilegales que llegan al norte del país por tierra o por mar desde La Mosquitia hondureña, son recogidos en Puerto Barrios o en la región interior de Zacapa, y llevados directamente hasta territorio de Los Zetas, que controlan el gran departamento de Petén, último escalón antes de alcanzar territorio mexicano. Desde los últimos años la actividad relacionada con el narcotráfico y la violencia ha aumentado en Guatemala. El aumento de los envíos directos hasta Honduras y los esfuerzos de las autoridades mexicanas por evitar la llegada directa de droga a su país han obligado a Guatemala a absorber el 90% del flujo de cocaína, formando en el territorio guatemalteco una situación de cuello de botella. Toda la droga que converge en Guatemala es administrada por varias familias o bandas que, aunque son locales, hacen las veces de representantes de los grandes cárteles mexicanos, que son los que en última instancia manejan los hilos de todo lo que ocurre en Centroamérica.

Los modos de transporte de la droga

Los narcotraficantes tienen que atravesar los más de 1700km que separan la costa norte de Colombia de la Península de Yucatán para llevar la droga hasta México, y que de allí llegue hasta el mercado estadounidense. Para realizar este gran desplazamiento sin ser detectados han desarrollado distintas estrategias: transporte de la droga por tierra (vehículos), por mar (lanchas) y por aire (avionetas).
Aunque son tres métodos distintos para el tráfico de drogas, todos comparten dos similitudes. Primero, que las lanchas, avionetas o vehículos involucrados son pequeños, por lo que el cargamento que llevan no suele exceder los 100 kilogramos. Aunque lo pequeño de las cantidades requiera muchos más viajes, se tiene la ventaja de que se pierde menos mercancía cuando es interceptada. Y segundo, lo más importante: los tres métodos requieren presencia física activa de los cárteles mexicanos en territorio centroamericano.
Las rutas terrestres: a través de la selva

Recorrer la Carretera Panamericana no es una opción recomendable si se quiere pasar desapercibido. Esta gran vía de comunicaciones que vertebra todo Centroamérica enlaza prácticamente todos los países de la región, pero está mucho mejor vigilada que el resto del territorio. Aunque los narcotraficantes intentan hacer llegar la mercancía en coches, furgonetas o camiones, muchas veces son interceptados por la policía. Por ello una de las formas más comunes de atravesar el territorio es por caminos secundarios o sendas perdidas entre la selva. Es muy complicado detectar entre la maleza a un grupo de narcotraficantes, que a lo sumo irán acompañados de un par de mulas para cargar con los fajos de droga. La estrategia de avanzar a pie no se utiliza durante todo el trayecto, sino únicamente en determinados momentos, como al cruzar una frontera.

Después de varios años, las autoridades ya han identificado algunas rutas usadas por los narcotraficantes. Por ejemplo, una utilizada por el Cártel del Pacífico consiste en llevar pequeñas cantidades de droga a Costa Rica desde Panamá a través del cruce internacional en la Carretera Panamericana. La cocaína es por lo general almacenada en depósitos durante varios días hasta que otro vehículo la recoge y transporta a través del país. Al llegar a Nicaragua, los traficantes prefieren evitar el control fronterizo y desvían la carga a pie o a lomo de una mula a través de zonas remotas de la frontera. Una vez cruzada la frontera, la carga es llevada a la orilla del gran Lago Nicaragua, donde son embarcadas en botes hasta la orilla norte del lago. Allí, se descargan nuevamente en vehículos terrestres que la llevan hasta la frontera con Honduras. Otra ruta identificada por las autoridades nicaragüenses, también vinculada a Sinaloa, pasa directamente por Managua para seguir por la Carretera Panamericana rumbo a El Salvador a través de Honduras.

Desde Honduras las rutas terrestres suelen ir desde La Mosquitia hasta San Pedro Sula, para adentrarse en Guatemala hacia el departamento de Petén. En esta zona fronteriza entre Honduras y Guatemala las rutas son más confusas y diversas, fruto del alto grado de violencia y conflictos. El cruce fronterizo de El Ceibo, que separa a México de Guatemala, es el punto clave que utiliza el cártel de Los Zetas para el tráfico de cocaína vía terrestre. Desde ese lugar y a lo largo de 120 kilómetros de frontera, prácticamente sin vigilancia, este cártel mantiene operaciones para garantizar el paso y transporte de la droga desde territorio guatemalteco en dirección a Estados Unidos.
Los vuelos clandestinos

Aunque la mayoría de los cargamentos de droga se mueven por vía terrestre o marítima, hay un importante porcentaje que lo hace en avionetas pequeñas, sobrevolando el cielo de Centroamérica. Los narcotraficantes aprovechan las carencias en la vigilancia de los radares que existen en la región. Como admiten las autoridades hondureñas y guatemaltecas, los Gobiernos centroamericanos no tienen los recursos logísticos y técnicos suficientes como para evitar el tráfico aéreo ilegal de estos aparatos tan pequeños. Además, los carteles mexicanos y de Colombia aprovechan que algunos países de la región no tienen capacidad de detener los vuelos ilícitos. Por ejemplo hasta ahora en Honduras, cuando un avión ingresa irregularmente a su espacio aéreo, las autoridades sólo podían exigir a la aeronave irregular que aterrizara. Si no lo hacía, la acompañaban hasta la frontera. Cuando abandonaba el territorio hondureño la vigilancia de la aeronave quedaba en manos de los países vecinos. Esta situación de incapacidad para actuar ha cambiado, y desde el año 2014 el Gobierno de Honduras permite al Ejército interceptar los vuelos ilegales.
Las aeronaves, procedentes de Colombia, Perú o Venezuela, suelen aterrizar en pistas improvisadas en regiones selváticas de Honduras o Guatemala, aunque en ocasiones siguen su viaje hasta la frontera sur de México. Cada una de estas pistas aéreas clandestinas, que tiene una anchura de entre 80 y 100 metros y una longitud de hasta 1500 metros, están preparadas para recibir a pequeñas avionetas que pueden transportar hasta 300 kilogramos de droga por viaje. Y aunque es necesario la utilización de maquinaria pesada para habilitar una pista de aterrizaje, la inversión se recupera con rapidez. El dueño de un campo puede obtener hasta 25.000 dólares por cada aterrizaje o cargamento exitoso depositado en sus tierras. 
Los esfuerzos de las autoridades se centran en interceptar avionetas y en localizar pistas clandestinas. Por ejemplo, en el año 2013 Guatemala destruyó 50 pistas ilegales, mientras que en Honduras el Gobierno reconoció que existen al menos 200 pistas tan sólo en la región cercana al Océano Atlántico. En el año 2009 eran al menos 800 las pistas clandestinas de aterrizaje utilizadas por el narcotráfico en Guatemala para transportar droga hacia México. Aunque las autoridades hacen un intenso trabajo de destrucción de pistas aéreas, los narcotraficantes siguen construyendo. Las principales zonas de aterrizaje de narcoavionetas son La Mosquitia (Honduras), la región de Petén (Guatemala) o la costa caribeña de Costa Rica.

Por el mar: barcos, lanchas y submarinos

La principal característica del transporte por mar es que recorre distancias cortas, y sigue una ruta muy cercana a la línea de costa. Aunque también existe un tráfico marítimo de cargueros, veleros o incluso submarinos, capaces de llevar todo el cargamento de Sudamérica a México en un viaje y sin necesidad de recargar combustible en el camino, el tráfico ilegal más común se realiza usando lanchas rápidas cargadas con cantidades pequeñas de droga, que realizan varios viajes cortos a alta velocidad. Cruzar desde Colombia hasta Honduras por medio de una lancha rápida supone un trayecto de seis horas. Este método es muy útil cuando los narcotraficantes quieren evitar algún tramo de carretera o incluso un país entero, como ocurre con El Salvador o Nicaragua. Según autoridades nicaragüenses, se sospecha que varias lanchas operan a lo largo de la costa del país, saliendo fuera de las aguas territoriales para evadir el control de las autoridades.

Aunque es posible hacer toda la ruta entre Sudamérica y México usando estos viajes cortos por litoral (con frecuentes paradas para llenar combustible), el tráfico por litoral se usa siempre en combinación con el terrestre, como un trecho más de su red vial. Tal es la necesidad de transportar la droga hasta México, que los traficantes utilizan incluso submarinos para evitar a las autoridades y llegar desde las costas colombianas hasta el Yucatán. El uso de semisumergibles autopropulsados se detectó por primera vez en el año 1993. Comenzaron siendo simples remolques sumergidos de otros navíos, que podían desprenderse en caso de ser interceptados por las autoridades, pero han evolucionado considerablemente desde entonces. Ahora son submarinos pequeños pero autosuficientes, que no dependen de un barco que les remolque. Además, se han llegado a detectar submarinos reales.
Al menos cuatro submarinos fueron detectados cerca de Honduras el año 2012, y las incautaciones de sólo dos de ellos alcanzaron alrededor de 14.000 kilos de cocaína. El submarino es rentable, pues el hecho de poder cargar varias toneladas de droga hace que la carga total que se transporta en el semisumergible llegue a alcanzar un valor de 10 millones de dólares. A pesar de quelos beneficios potenciales son considerables, también lo son las pérdidas cuando un submarino es detectado. Desde 1993 el Gobierno colombiano ha incautado 63 submarinos de este tipo, que no resultan baratos para los narcotraficantes. Los semisumergibles son generalmente de propulsión muy lenta, por lo que a pesar de que son difíciles de detectar, también hay más tiempo para que sean detectados por los guardacostas. Desde la primera detección en 1993, la incautación de estas naves parece haber alcanzado su máximo histórico entre 2007 y 2009, y haber disminuido desde entonces.

Una mercancía con mucho valor

¿Por qué los traficantes planean estrategias tan complejas para conseguir llevar la droga a México? ¿Por qué se arriesgan a perder la vida en un trayecto tan peligroso? ¿Por qué se atreven a burlar a las autoridades echándose al mar en lanchas o sobrevolando el cielo en pequeñas avionetas? La respuesta está en el dinero que consiguen completando la misión. Cuando consiguen llevar la mercancía hasta el punto de destino, reciben un dinero. Mucho dinero.
El narcotráfico no sólo es una actividad ilegal y delictiva, también es una forma de vida. Para muchas familias en Centroamérica transportar un fajo de cocaína es la única forma de subsistir, y así encontramos a población indígena de las selvas de Nicaragua que están aceptando los pequeños encargos de los narcotraficantes, y se involucran sin pretenderlo en el negocio de la droga, cuando su única intención es tener dinero para poder vivir. Además de este dinero que sirve a muchas familias para sobrevivir, el narcotráfico también entiende de grandes cifras. Los 900.000 kilos de cocaína que pasan cada año por Centroamérica dejan grandes beneficios en los distintos países. Tan sólo en Costa Rica, la cocaína que transita por sus parques naturales y sus carreteras tiene un valor de 900 millones de dólares.
Podemos comprender las dimensiones del negocio de la droga cuando atendemos al porcentaje del PIB que representa el valor de la cocaína que transita por cada país. En Nicaragua, por ejemplo, el tráfico de cocaína tiene un valor que equivale al 14% del producto interior bruto. Es decir, hay zonas del país donde los narcotraficantes manejan más dinero que el propio Gobierno.
En Honduras cada año se trafica con cocaína por valor de 2.000 millones de dólares, el doble del presupuesto que todo Centroamérica tiene para combatir el narcotráfico. Son cifras astronómicas, pero que no alcanzan a los datos que presenta Guatemala, el escalón final antes de llegar a México. La cocaína que transita por territorio guatemalteco tiene un valor de más de 4.000 millones de dólares.
Pero junto a la droga y al dinero hay otra realidad que no se desliga: la violencia. Centroamérica no sólo es la principal zona de tráfico de droga del mundo, sino también una de las regiones más violentas y peligrosas. Esos miles de millones que se mueven en fardos y en bolsas de plástico son deseados por varias organizaciones criminales, que, apoyadas por los cárteles mexicanos, libran sangrientas batallas en la región.

La violencia relacionada con el tráfico de drogas

Centroamérica no sólo es una zona de tránsito para la  droga, sino que se ha convertido poco a poco en una zona de conflicto, en la que varias organizaciones criminales se disputan el control del territorio. El estrecho puente centroamericano hacia México ha dejado de ser un lugar de paso, y es ahora un lugar protagonista de la acción de los grandes cárteles mexicanos.
A raíz de la estrategia de confrontación abierta al crimen organizado mantenida por el Gobierno de México desde hace unos años, los dos principales cárteles del país, el Cártel del Pacífico y Los Zetas, han trasladado a Centroamérica 90% de sus operaciones para el tráfico de cocaína hacia Estados Unidos y, con ello, también su lucha por el control de plazas.
Principalmente es Guatemala el territorio disputado por los cárteles mexicanos, a través de las bandas locales, las denominadas maras. Por su parte Honduras realiza una función de “puerto de llegada” de la droga que se dirige tanto a Los Zetas como al Cártel del Pacífico. Belice es considerada como zona de operación de Los Zetas, y en El Salvador, la principal organización de tráfico de drogas trabaja para el Cártel del Pacífico. Panamá, Nicaragua y Costa Rica no sufren el acoso de la violencia entre cárteles ni los enfrentamientos de las maras, por ser territorios simplemente de paso para la droga.
Centroamérica, además de sufrir la acción de los cárteles mexicanos, tiene a las peligrosas pandillas o maras, que no se deben confundir con el crimen organizado. Para las maras, la pandilla es la familia, porque sus miembros provienen, casi sin excepción, de familias disfuncionales muy pobres. Para ellos el dinero es instrumental y no necesariamente un objetivo prioritario. Mientras que el crimen organizado es esencialmente clandestino, la mara, por el contrario, es abierta. Ambos cometen atrocidades, pero para el crimen organizado la violencia es un instrumento de poder y para la pandilla la violencia es un factor de identidad. Los miembros del crimen organizado pueden consumir o no drogas, en cambio los pandilleros suelen ser adictos.

Las maras locales, asociadas con los grandes cárteles.

En Guatemala, el Cártel del Pacífico tiene el control de la provincia de San Marcos a través de la banda local conocida como Los Mendoza. El territorio bajo la influencia del Cártel del Pacífico es fronterizo con México y tiene los principales puertos marítimos del país, lo cual beneficia enormemente al cártel mexicano para recibir droga. Además, en muchas provincias el Cártel del Pacífico se ha aliado con una de las maras más importantes, la conocida como Calle 18.

Pero en Guatemala el cártel que domina el territorio son Los Zetas.  A través de la mara de Los Lorenzanas, Los Zetas controlan el tráfico de cocaína en seis de los departamentos más grandes del país. Recientemente, otros cuatro municipios fronterizos con Honduras y con salida a la costa del Pacífico han sido arrebatados por Los Zetas al grupo local que dominaba en esas zonas, la mara de Los Leones, cuyos líderes fueron abatidos por la organización criminal mexicana. De esta forma, los Zetas se han apoderado de Guatemala. Este control por parte de grupos armados y muy peligrosos implica una situación que puede parecer contradictoria: allí donde más presencia tiene el cártel de Los Zetas, menos violencia hay. Con los siguientes mapas se evidencia que las zonas con mayores tasas de homicidios no son las que sufren un control total por parte de Los Zetas, sino aquellas que están en disputa entre cárteles y maras.

En Guatemala la mitad norte del país está dominada por Los Zetas de manera indiscutible, y algunas zonas de la costa Sur viven bajo el control del Cártel del Pacífico. Siguiendo la estrategia de expansión que tiene siempre el más fuerte, se observa cómo la violencia está aumentando de norte a sur, conforme Los Zetas (a través siempre de las bandas locales asociadas a su organización) van ganando territorio al Cártel del Pacífico. Cuando Los Zetas controlen los puertos del sur de Guatemala, el país será completamente colonizado por este cártel mexicano. Y no sólo en el territorio, sino también en la sociedad y en la política.

En el año 2010 transitaron 330.000 kilogramos de cocaína por las provincias de Guatemala en las que los cárteles mexicanos tienen presencia, y que ocupan más de la mitad del territorio guatemalteco. Una mercancía cuyo valor rondaba los 4.000 millones de dólares, es decir, mil millones más de lo que toda Centroamérica invirtió ese mismo año en la lucha contra el crimen organizado.
Tanta presencia de los cárteles mexicanos en un país de extensión reducida como Guatemala hace que la densidad de la violencia sea muy alta en algunos puntos del país. En algunos departamentos han llegado a declarar el estado de sitio, debido a la peligrosidad de las calles. Esta lucha por el control de puntos específicos de Guatemala, particularmente los que hacen frontera con Honduras y El Salvador, han convertido a estos en los dos países con las tasas de homicidios más altas del mundo (82 en Honduras y 65 en El Salvador, por cada 100 mil habitantes, en el año 2010).

En Honduras, las organizaciones de tráfico de drogas mexicanas han participado en la industria del narcotráfico durante al menos quince años. Pero en los últimos cinco realmente han comenzado a expandir su poder en detrimento de las organizaciones de tráfico locales hondureñas. A pesar de ello, parte del tráfico de drogas que se lleva a cabo en Honduras está coordinado por un grupo de transportistas hondureños que trabaja con relativa independencia de los cárteles. Un ejemplo es la familia Reñazco, que ha estado activa por más de una década, principalmente en el lado nicaragüense de la frontera. Estas organizaciones, que generalmente trabajan en grupos pequeños, adquieren cocaína de traficantes colombianos establecidos en el sur de América Central. Después, transportan la mercancía hacia el norte, a lo largo de la costa a Honduras o Guatemala para después venderlos a traficantes mexicanos que operan en la región.

El descubrimiento, por vez primera, de un laboratorio de cocaína en marzo de 2011 con suficiente capacidad para procesar una tonelada de cocaína por mes apunta a un papel creciente para Honduras como productor de sustancias controladas. El laboratorio desmantelado supuestamente pertenecía al Cártel del Pacífico, que es más poderoso en Honduras que su competidor, el cártel de Los Zetas. Este aumento de la actividad narcotraficante en Honduras, como fruto de la situación de la vecina Guatemala, está generando a su vez contagio en la siguiente pieza del dominó, Nicaragua. La expansión de los grupos de Honduras está haciendo aumentar la violencia en Nicaragua, un país relativamente más tranquilo en lo que respecta al narcotráfico en la región.

El efecto dominó de la violencia relacionada con la droga se inició en Guatemala, y ha infectado progresivamente a todo Centroamérica: Honduras, El Salvador, Nicaragua… rápidamente todos los países van cayendo ante la influencia de los cárteles mexicanos a través de las maras, que cada vez tienen más poder. Una situación difícil de resolver, pues combina tres elementos explosivos: drogas, violencia y dinero.
JUAN PÉREZ VENTURA · 5 FEB, 2014 ·


viernes, 22 de agosto de 2014

TRES AÑOS Y CONTANDO

Dios es un Juez justo, atento siempre para castigar.
Arrepiéntanse o tengan cuidado:
El Señor tiene su espada afilada, su arco tenso y la flecha apuntando
Miren al hombre preñado de malicia: Concibe la desgracia y da a luz el fracaso.
Su maldad le recae en la cabeza y le rebota en la cara su violencia.
Yo alabare al Señor por su justicia y cantare al Nombre del Altísimo.
Salmo 7


TRES AÑOS Y CONTANDO


Hoy 22 de Agosto, se cumplieron tres años del vil asesinato del Padre Marlon Pupiro, cura párroco de La Concha y la inmensa mayoría de la población de este Municipio, sus amigos y en especial sus familiares, no creen, ni mucho menos, en la versión oficial que dio por cerrado el caso, acusando y encarcelando rápidamente a un supuesto autor material e intelectual, el mesero Yasker Blandón, condenado en un abrir y cerrar de ojos a 30 años de prisión.

Tres años después, la sangre del Padre Pupiro continua exigiendo justicia para los autores materiales e intelectuales de su crimen, quienes gozan de la impunidad que solo el poder puede conceder. Un crimen que pretendió silenciar la voz valiente de quien, desde el púlpito, instaba a los feligreses a no tener miedo, a denunciar con firmeza los abusos cometidos en contra de todos los ciudadanos.

Al igual que muchos sacerdotes y religiosos que han ofrendado su vida como testimonio de compromiso con lo que predican, el Padre Pupiro mantuvo una trayectoria y un apostolado en total sintonía con lo que exigía de sus feligreses. No pudieron, quienes quisieron mancharlo para confundir a la opinión pública, lograr que la gente dudara de su rectitud y de los valores morales y espirituales que lo sustentaban. Tampoco han podido hacer que su martirio caiga en el olvido y en el abandono entre quienes lo conocieron y convivieron con él.

Secuestrado, torturado y asesinado, el Padre Pupiro vivió y sufrió en carne propia el suplicio que purificó su alma en las que debieron ser sus terribles últimas horas de vida, al igual que todos los religiosos que en distintos lugares y épocas, han sido presa de la furia insensata del poder, llevando hasta las últimas consecuencias el compromiso con el evangelio, con la verdad y con la justicia.

No pudieron doblegarlo en vida y menos aún en el martirio de su muerte, pues su ejemplo guía a miles y miles de nicaragüenses que luchan por un presente y un futuro mejor para todos; para todos los que nos resistimos a vender nuestra alma al dinero, al halago, al chantaje y a la amenaza; para todos los que creemos que hay luz después de la oscuridad en que se encuentra sumida la patria; para todos los que creemos que la democracia, el estado de derecho, la institucionalidad, la paz y la verdadera reconciliación más temprano que tarde se hará realidad.

A tres años del crimen, el pueblo nicaragüense no ha olvidado al Padre Marlon Pupiro y continua exigiendo JUSTICIA y demanda CASTIGO  para los culpables, materiales e intelectuales, de su horrendo crimen.