viernes, 23 de marzo de 2012

EN EL UMBRAL DE UN NUEVO PACTO


“Nosotros nos oponemos rotundamente a un diálogo
que aparentemente lo que pretenden es repartirse alguna carroña”
Maximino Rodríguez


Casi todos los historiadores nacionales coinciden que en Nicaragua han habido catorce pactos a través de las diferentes etapas históricas en que ha transitado nuestro país y aunque muchos no se ponen de acuerdo en incluir como el numero quince al Protocolo de Transición, realizado el 27 de Marzo de 1990 entre Humberto Ortega y Antonio Lacayo, la inmensa mayoría coincide en que de todos ellos, solamente uno ha beneficiado a los nicaragüenses, el llamado Pacto Providencial, del 12 de Septiembre de 1856, mismo que fue acordado entre los líderes Democráticos y Legitimistas (liberales y conservadores), Máximo Jerez y Tomas Martínez, para unir a todas las fuerzas de la nación en contra de los filibusteros que encabezaba William Walker. Existe también uno llevado a cabo entre nacionales y extranjeros, el famoso Pacto del Espino Negro, firmado el 4 de Mayo de 1927, entre el Coronel Henry Stimpson y el General José María Moncada. Este es más famoso por las consecuencias que tuvo, que por el pacto en sí, ya que el mismo sirvió para dar inicio a la lucha que libró el General Augusto Cesar Sandino en las montañas segovianas y que finalizó el 2 de Febrero de 1933.



Entre los pactos más famosos en la historia de nuestro país, apartando los dos anteriormente citados, se encuentra el Pacto de los Generales, suscrito el 3 de Abril de 1950 entre el General Anastasio Somoza García y el General Emiliano Chamorro, caudillos ambos de los partidos Liberal y Conservador respectivamente. En este, luego de la consabida repartición de cargos en el estado y curules parlamentarios, se hizo una reforma constitucional que le permitió a Somoza García poder presentarse como candidato a la reelección en las elecciones previstas para 1956, lo que no pudo concluirse por haber sido ajusticiado a manos del poeta Rigoberto López Pérez  un 21 de Septiembre de este año en el Club de Obreros de León.


Otro pacto, no menos famoso, fue el que llevaron a cabo el General Anastasio Somoza Debayle, descendiente y continuador de la dinastía de los Somoza y el Dr. Fernando Agüero Rocha, líder del Partido Conservador, el 28 de Marzo de 1971. Este es conocido en la historia como El Pacto del Kupia Kumi, “Un Solo Corazón” en lengua misquita y al igual que el anterior, repartía curules en las Cámaras de Diputados y del Senado, 60 % para los liberales y 40 % para los conservadores, así como una proporción de cargos en los diferentes poderes del estado, para conservar la “armonía” en el país. A cambio, se reformaba la Constitución Política para permitir la reelección de Somoza Debayle. Aunque la responsabilidad ante la historia la carga el Dr. Agüero, no es menos cierto que fueron los grupos económicos de las familias conservadoras las que empujaron el pacto, no para buscar una salida al somocismo, sino para coexistir con él y de paso, disfrutar del botín en que se ha concebido desde siempre al presupuesto nacional.


Finalmente, llegamos al último de esta galería del oprobio, el pacto suscrito entre Arnoldo Alemán y Daniel Ortega en el año 1999, bautizado como el Pacto de los Mengalos por quien fuera alguna vez el ideólogo del orteguismo, el Dr. Orlando Núñez Soto. Como una continuidad de la “tradición” de la clase política de nuestro país, ambos caudillos velaron por sus intereses personales y de sus cúpulas partidarias, quedando a salvo de las acusaciones de robo al erario público uno y abuso sexual en contra de su hijastra el otro, repartición proporcional de las instituciones del estado entre ambos partidos, inmunidad parlamentaria para uno y allanarle el camino a la presidencia para el otro. Este pacto ha sido, y en esto coinciden todos, el que desmanteló la institucionalidad del país, permitió la demolición del estado de derecho y pavimentó el camino para que hoy presenciemos la consolidación de la dictadura orteguista. El pacto Alemán – Ortega ha sido el único en el que, el que busca pactar como segunda fuerza política, se lleva la mejor parte. La expresión más clara del divorcio entre "inteligencia política" y testosterona.   

Como se puede apreciar con los tres pactos más emblemáticos en la historia de nuestro país, quienes accedieron a complacer al dictador de turno o en el caso del último, a alguien con antecedentes dictatoriales comprobados, pasaron de ser líderes o caudillos con legítimo arrastre popular, a figuras repudiadas por las generaciones que los precedieron. Vieron en poco tiempo desmantelado dicho arrastre y lo que es peor, condenados a formar parte de la galería de la ignominia que la historia les reserva a aquellos que traicionan a quienes depositaron su confianza en ellos.

En los últimos días, y quizás no tan últimos, se viene hablando con insistencia de una eventual negociación entre Daniel Ortega y un sector de la oposición aglutinados en el Movimiento Vamos con Eduardo, para, según sus defensores, enrumbar al país en la senda democrática y restablecer la institucionalidad y el estado de derecho. Resulta incomprensible que a estas alturas se hable de pláticas, negociaciones o pacto con quien, sin ningún miramiento, continúa su paso arrasador de lo poco que ha dejado, precisamente de esa institucionalidad y estado de derecho, que ingenuamente se pretende restablecer. Jamás se ha visto en la historia de nuestro país, que quien se sienta a negociar, regrese al dictador de turno al cauce democrático. Jamás. Antes bien, la historia lo que nos dice es que son los que llegan a negociar quienes regresan contentos por los acuerdos alcanzados, lastimosamente a cambio de dejar en peor situación la democracia en el país. No hay un solo caso en que acuerdos de cúpulas hayan llevado beneficios al país.

Pareciera que todavía no se entiende o no se quiere entender por una parte de la clase política, que la ilegitimidad del régimen inconstitucional de Ortega es su mayor debilidad y que de alguna manera trata de legitimarse mediante un interlocutor político que él mismo se da el lujo de escoger, toda vez que los interlocutores económicos que le interesan ya lo han hecho. El Gran Capital está totalmente de acuerdo con el estado de cosas existente en el país. Están usufructuando parte de las fabulosas ganancias que la relación entre Hugo Chávez y Daniel Ortega les proporcionan, pero necesitan de una vez por todas estabilizar, a nivel nacional e internacional, la situación de ilegalidad e ilegitimidad del régimen, para que haya más ganancias. Necesitan ayudarle a Ortega en la “pacificación” del país a cambio de una mayor cuota en los negocios. No importa si los derechos ciudadanos han sido severamente coartados, no importa si hubo fraude electoral, tampoco importa si habrá un nuevo fraude en las elecciones municipales o si la Constitución Política es papel mojado a quien nadie le interesa respetar.


Valdría la pena que quienes están empecinados en marchar hacia el abismo, se vean en el espejo del Dr. Fernando Agüero Rocha, quien empujado por el Capital Oligárquico Conservador de la época, se aventuró a pactar con Somoza. Las consecuencias que la historia le reservó todos las conocemos, sin embargo, nadie menciona a quienes estuvieron detrás de él, los eternos anónimos que mueven los hilos de los políticos a quienes consideran sus marionetas, los que nunca dan la cara, los que exponen a los demás y nunca se exponen ellos, los indemnes de siempre. Estos mismos, que han dejado de ser ideológicamente conservadores o liberales y tienen un solo partido, el del dinero, son quienes ahora, como una continuidad del 71, siguen moviendo los hilos, solo que esta vez en sociedad con el dictador. Empujan un nuevo pacto, cuyo nombre de bautizo bien podría ser El Pacto de los Oligarcas, un pacto entre la vieja y la nueva oligarquía.