Este jueves 25 de febrero recién pasado, se cumplieron 20 años del triunfo electoral que llevo a doña Violeta Barrios de Chamorro a la Presidencia de la Republica de Nicaragua. Victoria para unos, derrota para otros, dependiendo de la óptica con que se mire y el lugar de la acera en que se coloque. Hace dos décadas, el pueblo de Nicaragua le daba un voto de confianza a una incierta e insegura propuesta electoral, que prometía paz y progreso, después de muchos años de desangramiento, en una guerra fratricida que desgarraba el país y condenaba a la juventud y al campesinado nicaragüense a matar o morir, en una apuesta irracional de revolución o contrarrevolución.
Quedaban atrás 11 años de gobierno, autoproclamado revolucionario, que inició con el apoyo y la confianza depositada por moros y cristianos en el Gobierno Provisional creado en 1978 en Costa Rica y luego en la Junta de Gobierno y Reconstrucción Nacional, en 1979. Fueron 11 años de gestión gubernamental, que contó con el apoyo y entusiasmo de la comunidad internacional, fortalecido por la decisión de la mayoría de los países europeos de no abandonar Nicaragua, a pesar del camino escogido por la dirigencia de la Revolución, que privilegiaba sus relaciones con los países del bloque socialista de aquel entonces, pero que prometía en su discurso oficial, mantener los principios de Pluralismo Político, Economía Mixta y No Alineamiento.
El camino escogido contrariaba los designios de Washington, que estrenaba una nueva administración con el presidente Ronald Reagan a la cabeza, a la postre el que inició un conflicto bélico, que convirtió a las montañas nicaragüenses en un polígono de prueba de las dos grandes superpotencias, los Estados Unidos y la Unión Soviética, en una guerra denominada eufemísticamente como de Baja Intensidad, que no solo minó la economía del país, sino la voluntad de resistencia de la población nicaragüense y la confianza en un gobierno que repetía, consciente o inconscientemente, los errores del sistema somocista derrotado el 19 de Julio.
Hace 20 años, el pueblo nicaragüense daba un voto de censura a un gobierno, cuya desastrosa gestión económica nos había colocado dentro de los Guiness Record, con tasas inflacionarias tales, que en 1988 llegó a ser mayor del 33 mil por ciento. El dólar estadounidense llegó a costar más de 38 mil córdobas, en un proceso de devaluación semanal, que el pueblo bautizo los lunes negros.
Dicen algunos que formaron parte del más alto círculo de poder en la revolución, que el proceso de acumulación de capital que hoy ostentan de manera cínica y descarada ciertos dirigentes de la llamada segunda etapa de la revolución, inició a mediados de los años 80´s. 45 años de somocismo habían calado en lo más profundo de la sociedad nicaragüense, no es de extrañar entonces que se hubiera enquistado en algunos dirigentes, que descubrían, entre inocentes y felices, luego del 19 de Julio del 79, un mundo de riquezas, poder y abundancia, con el que jamás habían soñado siquiera.
La derrota electoral, encontró a un partido autoproclamado como la vanguardia de la revolución, incrédulo y mal preparado para asumir el veredicto popular. A partir del 25 de Febrero de 1990, inicio un proceso de descomposición dentro de las filas del FSLN, que abarcó no solo a los más altos niveles, quienes ya habían empezado a descomponerse desde antes, sino a muchos de los niveles intermedios y de base. El famoso Gobierno de Abajo, degeneró en un grupo de oportunistas y atrasados, que, divorciados del pueblo, prefirieron transitar por el camino fácil del tradicionalismo político, antes que tomar la difícil vía de la modernización política y partidaria.
Dieron la espalda a la historia y a las recientes experiencias de los partidos que, desalojados del poder en muchos países del campo socialista, habían regresado victoriosos, a partir de un profundo análisis interno, del replanteamiento de sus estrategias, objetivos y cultura política – partidaria, de una genuina transformación y del relevo de sus liderazgos. Allá, aquellos habían aprendido de la historia, aquí, estos habían detenido la historia. Purgas intestinas, conspiraciones internas, caudillismo enfermizo, pactos inmorales, repartición del poder entre mafias partidarias, fraudes electorales, uso y abuso del poder, enriquecimiento ilícito, destrucción del estado de derecho, violación sistemática a la constitución política, compra de conciencias y voluntades, como recurso valido para mantener una falsa hegemonía, en suma, el retorno del somocismo.
La descomposición moral de un partido, que alguna vez fue la vanguardia de una revolución victoriosa, se reproduce hoy como gusanos en un cuerpo en estado de putrefacción. A diario salen a flote casos de corrupción de funcionarios pequeños y grandes, de nuevos y viejos cuadros, que se preciaban antes de revolucionarios o de dirigentes del proletariado. Se compite por el que robe más al erario público. Algunos, como un funcionario caraceño de tercera categoría, hacen gala de las plumas de las gallinas robadas, exhibiéndolas a la orilla de la carretera. Sin embargo, las medidas que se toman son trasladarlos de institución y como los gatos, tapar la inmundicia. Qué hacer, cuando el ejemplo viene de más arriba?.
Con tristeza contemplamos, que 20 años después, pareciera que estamos condenados a repetir la historia. No se aprendió la lección ni se aprendió de los errores cometidos. El fracaso, por consiguiente, esta a la vuelta de la esquina y a la vista de todos los que quieren ver, incluso dentro de las mismas filas del FSLN. Un nuevo 25 de Febrero aguarda.
Con tristeza contemplamos, que 20 años después, pareciera que estamos condenados a repetir la historia. No se aprendió la lección ni se aprendió de los errores cometidos. El fracaso, por consiguiente, esta a la vuelta de la esquina y a la vista de todos los que quieren ver, incluso dentro de las mismas filas del FSLN. Un nuevo 25 de Febrero aguarda.