“Como pastores les invitamos a liberarnos de la resignación,
del indiferentismo y del conformismo,
no dejarnos llevar
nunca del odio y de la violencia.
Podemos tener una patria mejor. No perdamos la esperanza.”
Conferencia
Episcopal. Carta Pastoral del 26/9/2012
Con
el mensaje de la Conferencia Episcopal del recién pasado 26 del corriente, se
abre un nuevo y más amplio espacio de reflexión acerca de la decisión de los
nicaragüenses de si votar o no en las elecciones del próximo 4 de
Noviembre. Con un lenguaje directo, llamando a las cosas
por su nombre, los obispos hacen un repaso actualizado de la realidad política
nacional, comenzando por denunciar el estilo del ejercicio de la autoridad de
este gobierno. A decir verdad, son muy pocos los que se han aventurado a
definirlo como lo que es, ya que muchos, quizás por comodidad, complicidad,
conveniencia o por temor, han preferido hacer las del avestruz, enterrar la
cabeza en la arena para no tener que ver lo que pasa. La búsqueda enfermiza del
poder y el consiguiente continuismo para mantener los privilegios de quienes
cohabitan en la cúspide de la pirámide, privilegios que se derivan precisamente
del abuso del poder, llevan al “autoritarismo,
al caudillismo, a la manipulación de las conciencias, a la corrupción, la
injusticia, la ilegalidad y la violencia”,
ingredientes que no han faltado durante todos estos años de gobierno Cristiano,
Socialista y Solidario.
Muy
acertadamente, la Conferencia Episcopal da en el clavo, para usar una expresión
popular, en cuanto a que la culpa no es solamente de aquellos que ejercen el
poder para su beneficio personal y de grupos, sino también que culpables son
todos los que desde los partidos políticos tradicionalistas, como expresión
organizada de una parte de la población, se han dedicado más a ofrecerse y tratar
de aniquilar a quienes se suponen caminan en la misma acera, que a construir el
país que todos queremos; a presentar una alternativa viable, creíble, que nos
involucre a todos y no solo a las cúpulas partidarias; el Proyecto de Nación
que desde los tiempos de la independencia de la corona española y como la
maldición de Sísifo, todavía tratamos de construir y cada vez que estamos en la
ruta para lograrlo al fin, los malvados de nuestra historia, disfrazados de
salvadores, se encargan de devolvernos al inicio del camino. He ahí la causa
del desprestigio de la clase política tradicional, su falta de credibilidad, el
alejamiento y rechazo de la población hacia los partidos políticos, pero sobre
todo, la creencia cada vez más creciente y preocupante, de que las elecciones
no resuelven el estado de cosas en nuestro país.
Sobre esta última percepción de la gente es que se ha
montado el régimen de Ortega para aumentar la incredulidad, la desconfianza, “la
resignación, el indiferentismo y el conformismo” del que nos hablan los obispos. Muy
hábilmente, el gobierno ha dejado saber que solamente hay dos vías para
cambiarlo: los votos o las armas. Sabiendo que esta última dejó de ser una opción para los nicaragüenses luego
de dos ciclos de violencia continuos, que juntos causaron una sangría de más de
150 mil muertos al país, nos deja la opción de los votos. Sin embargo, el
mensaje oficialista ha sido aun más claro: mediante los votos no hay
posibilidad de cambio. Se han encargado de pervertir todo el sistema electoral
que podría hacer posible la alternabilidad en el poder. La receta oficial que
se ofrece a quienes, ilusamente, creen que su voto vale es jugar con los dados
cargados, con jueces descaradamente parcializados a favor de un bando y pocas o
ningunas posibilidades de poder competir en igualdad de condiciones porque cada
vez más el juego es a una sola banda.
Los mismos
árbitros son los encargados de transmitir el mensaje mediante un proceso de
acondicionamiento mental perverso: primero publican la información que se
negaron a presentar inmediatamente después de las elecciones del 2011, los
datos Junta por Junta que demostraba el Gran Fraude del año pasado. Lo hacen
ahora, 9 meses después, cuando ya la gente “aceptó” las cuentas hechas por el “Profeta”
Rivas Reyes. Y lo hacen precisamente para que todos se familiaricen con los
números de la Gran Victoria venidera a partir de las cuentas anteriores, el famoso
63 % de los votos de los nicaragüenses depositados a favor del Gran Líder.
Seguidamente, empiezan a surgir las encuestas que, coincidentemente, dan
preferencias de votos en porcentajes superiores a los del año pasado.
Constantemente se le dice a la población los resultados de estas que,
mayoritariamente, aprueban la gestión del gobierno y reflejan la inmensa popularidad
del bien amado. Y finalmente el bombardeo mediático a través de los medios de
comunicación de la familia presidencial, en los que se destacan las bondades
del gobernante, las maravillas del gobierno y la gracia de vivir en el país
soñado que solamente ellos ven. Para afianzar esta sumisión mental, pasan
página de todo lo pasado, en especial los dos fraudes consecutivos anteriores y
las violaciones a la Constitución y nos enfrascan en el futuro, pretendiendo
también obligarnos a todos a que contemplemos, embobados, la transformación de
la Nicaragua saltarina, que de brinco en brinco y a punta de Mega Ilusiones, alcanzará
el desarrollo pleno, la prosperidad de todos y nos ofrece la quimera del maná que abundantemente caerá para todos. Sea en la forma del Gran
Canal, la Súper Refinería o el Satélite Mandarín, algo caerá para compensar la
indetenible alza de la canasta básica, para tapar la corrupción y el enriquecimiento
ilícito o para esconder las carencias educativas de una población que no pasa
del cuarto grado en promedio nacional,
alimentadas por un sistema educativo que promueve la ignorancia perpetua
y que a su vez facilita mantener un gobierno dictatorial, cuya preferencia es
repartir migajas a tener que ofrecer respeto a la Constitución y al Estado de
Derecho.
El gran dilema del
pueblo es ir a votar el próximo 4 de Noviembre para transformar este estado de
cosas, teniendo la sospecha de que el voto depositado no elegirá a los
candidatos de su preferencia, pues los patrones de quienes cuentan los votos ya
decidieron de antemano los que serán electos. Se vota pero no se elije. Se vota
pero no se profundiza la democracia, porque otros ya definieron que el modelo
autoritario es lo que necesita el país. En el colmo del desastre, hasta las cúpulas
partidarias están en la fila de los que votan
pero no eligen. También los partidos políticos se han sometido, con inusitada
tranquilidad, a esperar turno en la repartición del gobierno. A otros laminas
de zinc, a ellos concejales y alcaldías. Unos van como corderos al matadero,
otros pensando en lo que obtendrán a cambio. Unos porque ya se acostumbraron al
rol mediocre que les han dado en la obra todas las veces que hay elecciones,
otros porque la personería jurídica vale más que la dignidad y el decoro.
Sobrada razón tienen los obispos cuando señalan que
“Lo importante es ver hacia el futuro,
tomar conciencia de los grandes problemas que vive el país y comprometerse en
la construcción de una sociedad más justa y democrática”. Estas elecciones
son solamente un mojón en el camino que habrá que recorrer para reconstruir el
tejido social del país, “formular e
impulsar un nuevo proyecto de nación, fundado en el Estado de Derecho, la
legalidad y la solidez institucional y, al mismo tiempo, que sirvan para
establecer un plan estratégico de desarrollo social y económico sostenible del
que puedan gozar todos los ciudadanos”. Mejor dicho, Imposible.