sábado, 22 de octubre de 2011

REDENCION DE LOS VETERANOS DE GUERRA

Nuestra sufrida patria ha vivido en los últimos 77 años, dos ciclos de violencia que han dejado una estela inmensa y escalofriante de miles de muertos y heridos, lisiados, viudas, huérfanos y madres con hijos caídos. El primer ciclo corresponde al periodo vivido durante los 45 años de la dictadura dinástica de la familia Somoza y el segundo a los 10 años del periodo revolucionario, precisamente después de la caída del primero. Sin temor a equivocarse, se puede asegurar que en ambos ciclos, los mejores hijos ofrendaron sus vidas en el altar de la patria, primero contra lo que se consideró la extensión natural de la intervención norteamericana en Nicaragua a partir del asesinato del General Sandino, y posteriormente, en la guerra civil que se desató casi inmediatamente después de la caída del régimen somocista, con la instauración del proceso revolucionario, proceso que desde muy temprano concitó el rechazo de una parte considerable de la población y que a la postre culminó con su fracaso. 

Nadie de los que deberían y están obligados a hacerlo, se atreve a dar cifras oficiales de la inmensa sangría que le tocó vivir a la nación, sobre todo la correspondiente al segundo ciclo de violencia de nuestro país. Se menciona con bastante insistencia que el primero costó 50 mil vidas y se calcula extraoficialmente, que el segundo pudo haber costado 100 mil muertos. De acuerdo al Manifiesto “Justicia, Democracia y Paz” del Grupo de Ex Militares Patrióticos hecho público el 15 de Marzo de este año, estos 100 mil caídos se distribuyen, aproximadamente, en 25 mil reclutas del SMP, 30 mil reservistas y milicianos, 3 mil miembros permanentes del Ejercito Popular Sandinista, 20 mil combatientes de la Resistencia Nicaragüense y los restantes 22 mil muertos fueron puestos por la población civil, en su mayoría campesinos que quedaban atrapados entre el fuego de los bandos en pugna o que sencillamente eran considerados enemigos por los mismos.

Una cruda y triste realidad, a la que hay que sumar miles de lisiados de guerra, que reflejan en sus cuerpos y en sus vidas el fragor y el sufrimiento de un conflicto irracional, provocado por lideres obcecados y estimulado por las superpotencias de la época, que convirtieron nuestras montañas en campos de batalla donde dirimían, sin poner ellos los muertos y heridos, sus disputas y desencuentros ideológicos. Si asumiéramos en promedio una población de 5 millones de habitantes para los dos periodos, las bajas fatales de ambos ciclos de violencia representarían el 3 por ciento de los habitantes. Para tener una idea, esto significaría que para una población equivalente a la de Estados Unidos, 313 millones de habitantes, la cantidad de muertos serían 9 millones 390 mil ciudadanos, casi 162 veces mas que los caídos en la Guerra de Vietnam, calculados en 58 mil.   

1979 significó el fin de la dictadura y la destrucción total del estado somocista. Muerte, exilio, cárcel, sometimiento, vergüenza, desprecio y el estigma social de ser catalogados de somocistas, fue el pago que tuvieron que dar los que ataron su suerte a la del dictador y se hundieron con él. Aunque no fue lo mas equitativo, los que padecieron de alguna manera asesinato, tortura, cárcel, exilio, ya sea propia o de algún familiar, el solo hecho de ver postrada de rodillas a la dictadura y la soberbia somocista reducida a la nada, era suficiente motivo para ver compensado tanto dolor y sufrimiento. La guerra de los 80´s no tuvo el mismo desenlace trágico, ya que la historia que la cobijaba y el marco en que se actuaba eran diferentes, pero hay que decirlo, el abuso del estado a los ciudadanos iba en constante crecimiento y la semilla de un nuevo caudillismo, ya no necesariamente expresado en una sola persona, eran los cimientos sobre los que se empezaba a construir una nueva dictadura, ahora bajo la concepción ideológica de que era el proletariado el encargado de administrarla, y también hay que decirlo, ningún proletario se dio por enterado de esto. 

La lucha entre revolucionarios, reales o supuestos, y contrarrevolucionarios, duró casi igual que la misma revolución. Inicialmente, fueron los primeros alzados quienes se enfrentaron a los batallones de reservas que se movilizaban desde el Pacifico, con muy poca preparación. Luego, un ejército de irregulares, mejor armados y entrenados, enfrentado a otro ejercito, con unidades especializadas en la lucha contrainsurgente, Batallones de Lucha Irregular (BLI) y Batallones Ligeros Cazadores (BLC), quienes se conformaban con los miembros del Servicio Militar Patriótico u Obligatorio, como quiera entenderse.

Arrancados del seno familiar siendo casi niños, a los llamados “Cachorros de Sandino” les tocó la dura tarea de cargar sobre sus hombros el mayor peso de la guerra. Las cifras, no oficiales insistimos, de caídos lo demuestran. Jóvenes que dieron dos años de sus vidas. Algunos la dieron toda ella en el transcurso de esos infinitos dos años. Al finalizar la Revolución y por consiguiente la guerra, fueron desmovilizados y olvidados; no pocos de ellos despreciados por los gobiernos de la post guerra. Se convirtieron en amistades incómodas para los jerarcas del Ejército, no así para los del partido, quienes vieron en ellos un filón al cual explotar. Manipulados a más no poder, siempre los utilizaron para apañar tropelías ajenas. Desmovilizados y Retirados se convirtieron en la punta de lanza de las tomas de tierra que, al final, siempre beneficiaban a los “de arriba”. Jamás estos parásitos partidarios, los “de arriba” por supuesto, bajo el manto de secretarios políticos de pueblo, dejaban pasar ninguna oportunidad para aprovecharse de la indigencia, estado de pobreza y necesidad de la inmensa mayoría de ellos. Promesa tras promesa, peregrinaron en un interminable desfile de mentiras y falsedades.

La llegada de Ortega al poder significó para los Cachorros la posibilidad de la Restitución de Promesas Incumplidas, parodiando a la Secretaria de Propaganda del Partido. Sin embargo, fueron cuatro años y medio de postergación y de más olvido. Se exigía y se exige sumisión partidaria para poder recibir unas láminas de zinc, un paquete de comida, un chanchito o una vaquita. Nunca les dieron una solución integral a sus problemas de salud, educación, vivienda. Jamás la posibilidad de un empleo digno. La famosa Comisión de Reconciliación, Paz y Justicia solamente sirvió para mantener ocupados a las nuevas adquisiciones de Ortega y hacerlos sentir importantes. Los beneficiarios de dicha comisión continúan siendo los aliados del orteguismo y aquellos que gozan de la venia de los eternos chivatos de siempre.

Pero para tanta injusticia e iniquidad siempre hay un final y este se encuentra mas cerca que nunca. El día jueves recién pasado, el próximo presidente de Nicaragua, Fabio Gadea Mantilla, anunció la creación en el nuevo gobierno, del Instituto del Veterano en sustitución de la comisión que preside el Cardenal Obando para, esta vez de verdad, comenzar a restituir los derechos de los retirados del Ejercito Popular Sandinista, de los desmovilizados del Servicio Militar Patriótico y de la Resistencia Nicaragüense. Un anuncio que llena de esperanzas a tantos miles de ciudadanos, que desde diferentes posiciones políticas, dieron su juventud y ofrecieron, por una idea de libertad y democracia, equivocada o no, lo más valioso que puede tener un ser humano, su vida. Este anuncio redime a todos aquellos que tuvieron la desgracia de ser victimas de la guerra de los 80´s en nuestro país; victimas de la intransigencia ideológica; victimas de la incomprensión de la sociedad; victimas de la manipulación de los políticos demagogos y populistas; victimas de la corrupción de las instituciones del estado; victimas de quienes pusieron el dinero y las armas y no los muertos, pero también victimas de un partido para el que, todavía, siguen siendo la misma carne de cañón de los años 80´s.