miércoles, 16 de noviembre de 2011

DANIEL ORTEGA: EL “HURACAN DE LA PAZ”



A una semana del artero ataque de las turbas orteguistas a ciudadanos
caraceños de la Alianza PLI reunidos en el Club Social de Jinotepe 


Durante la época somocista, más concretamente durante los periodos de Luis y  Anastasio Somoza Debayle, segundo y tercero de la dinastía, existieron dos personajes que se revistieron de notables características, al extremo que sobresalían sobre el resto de funcionarios y corifeos de la dictadura por sus extravagancias y aficiones. Estas parecían más bien “dones” dados por la madre naturaleza, ya que de acuerdo a los testigos de la época y los que sobreviven a la misma, era algo que les salía con mucha fluidez y extrema naturalidad.

Uno de ellos era Guillermo “El Chato” Lang, célebre por su tendencia a meter cuanto chisme pudiera, para mantener en zozobra hasta a los mismos partidarios del régimen. Acuñó la frase de que “un cuento metido a tiempo era más poderoso que un cañonazo”. Cuando llegó a ser alcalde de Managua, bajo su dirección se organizaron las famosas y temidas turbas nicolasianas, en honor a su fundadora y dirigente principal, la Nicolasa Sevilla, de ingrata recordación para los managuas. Paradojas de la vida, el régimen actual ha revivido, a su manera, esta modalidad de grupos de ataque e intimidación a la ciudadanía con las fuerzas de choque orteguistas, donde mezcla elementos de la llamada “juventud sandinista”, pandilleros de los barrios mas pobres, fuerzas paramilitares armadas y motorizadas, así como a trabajadores del estado y de las alcaldías, que van en calidad de acompañantes con el objetivo de convertirlos en cómplices de los ataques.  

El otro personaje era Francisco Argeñal Papi, ex senador y cacique somocista del departamento de León. Un personaje locuaz, extravagante, pero no menos peligroso, por cuanto su relación con el dictador la cuidaba con tanto esmero, que no le importaba cometer cualquier barbaridad, sea con opositores o con la población misma, con tal de quedar bien con Somoza. Su afición particular era el discurso encendido para alabar al Jefe, al fundador de la dinastía o a la matrona de la familia. Dicen que en una ocasión se emocionó tanto en su discurso ante Salvadora de Somoza, que le agradeció el no haber parido hombres de carne y hueso, sino “ángeles celestiales” que protegían a Nicaragua del comunismo internacional. Habrase visto tanta zalamería!  


Fue Argeñal Papi en su infinita y tremenda verborrea, el que bautizó al General Anastasio Somoza Debayle, en ese entonces Titular del Ejecutivo, como “El Huracán de la Paz”. Un huracán que arrasaba todo cuanto se interponía a su paso para imponer la paz, aunque fuera esta la paz de los cementerios. Anastasio Somoza García, luego del asesinato de Sandino, ordenado por el mismo dictador, también fue considerado como El Pacificador de Las Segovias. La historia reconoce como hecho cierto y comprobado los numerosos crímenes perpetrados en contra de los combatientes sandinistas que se agruparon en cooperativas, sobre todo en las regiones de Wiwilí y Nueva Segovia, luego del crimen del Héroe. Era esta la forma preferida del padre de la dinastía para pacificar al país: asesinatos, cárcel, tortura, chantaje, represión, plata, palo y plomo. El otro, el hijo, un huracán que destruía todo a su paso, que arrasaba todo en su fatídico camino dictatorial, para luego dejar la “tranquilidad” de la destrucción, el “apaciguamiento” que queda después del aplastamiento.

Con las jornadas vividas luego del colosal fraude electoral del pasado 6 de Noviembre, que ha impuesto en contra de la voluntad popular a un espurio ganador, por demás candidato ilegal e inconstitucional, se reviven nuevamente los fantasmas del pasado, de un pasado que todos creíamos ya enterrado y objeto únicamente de las referencias, trágicas unas, cómicas otras, que hace sobre todo la población mas vieja y que vivió en carne propia la época somocista. Para desgracia de todos los nicaragüenses, contemplamos como desde el 2007 se viene tejiendo una madeja de acciones truculentas que ha desembocado en lo previsto por el régimen este recién pasado domingo 6: la reelección presidencial. Ha sido una carrera contra la legalidad, la institucionalidad, la constitucionalidad y aun contra la paz, para instaurar el continuismo de un personaje que se constituye en un ancla para el país. Un ancla que durante 32 años no deja avanzar a Nicaragua en sendas de progreso, democracia y estabilidad social.

Luego de la declaración de electos realizada de manera antojadiza por el Modesto Salmerón de Ortega, el “milagrero” Roberto Rivas, el régimen ha ordenado aplacar todo intento de protesta de parte de la oposición. A sangre y fuego han pretendido acallar las voces que se alzan desde varios puntos del país denunciando el fraudulento resultado proclamado por Rivas Reyes. Turbas armadas de morteros, garrotes, tubos, bates de madera y aluminio, para estar en regla con las normas del beisbol, machetes y pistolas, es lo que nos receta el nuevo pacificador, El Huracán de la Paz. Daniel Ortega, totalmente claro de su atraco a la voluntad popular, no le queda mas que seguir el camino de tantos otros, que igual que el, han pretendido gobernar sobre las tumbas de sus adversarios, a base del sojuzgamiento de la ciudadanía que reclama su derecho a la protesta, a denunciar lo que considera una violación a su derecho constitucional de elegir libremente a sus autoridades.

Lo que Ortega no toma en cuenta, es que la historia nos enseña con demasiada elocuencia que aquellos que no aprenden de sus enseñanzas, están destinados a cometer los mismos errores y pagar las mismas consecuencias de quienes, obcecados por el poder, las riquezas fáciles y mal habidas, han pagado. 

No se podrá construir un país “pacificado” a punta de piedras, garrotes y morteros. No se podrá alcanzar nunca la estabilidad para gobernar, teniendo como argumento principal la paz de los cementerios. No se podrá tener estabilidad social cuando se sojuzga a la mayoría de la población, cuando se le impide su derecho a expresarse en libertad, cuando se le niega su derecho constitucional a reunirse, a movilizarse, a protestar cívica y pacíficamente. 

Podrá Ortega contener por un tiempo las protestas a base de intimidación, turbas y violencia, pero mas temprano que tarde la población, al igual que lo hizo con Somoza, dará cuenta de sus verdugos. Nadie es eterno en el poder, no lo fueron los Somoza, no lo fue Trujillo, ni tantos dictadores latinoamericanos que se creyeron nacidos para gobernar por siempre; tampoco lo será Daniel Ortega. Tiempo al tiempo.    
  

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