EDITORIAL:
NUEVA NARRATIVA PARA OTRO CRIMEN
Luego
de la llegada al poder de Daniel Ortega en el 2007, después de 16 años de sequía
y vivir de la caridad internacional, Rosario Murillo se encargó de crear una
nueva narrativa para todos los eventos que se sucedían vertiginosamente a
partir de esa fecha. Se trataba de dotar a la nueva feligresía, dispersa y aun
padeciendo las limitaciones impuestas por estar fuera del erario durante tantos
años, de un norte, de un discurso, de nuevas consignas, alejadas de todas
aquellas de los años 80’s, donde la Murillo nunca pudo encontrar espacio, más
que los insignificantes y anodinos que tantos Comandantes le permitieron medrar.
Ahora,
se iba a construir algo nuevo y seria ella quien entonaría las notas de los
nuevos discursos. Así nació aquello de la Segunda Etapa de la Revolución, las
famosos consignas de las tres palabras, de acuerdo con los cánones esotéricos
que llevarían la marca inconfundible de los miembros de los cultos satánicos,
los 666, el Ojo de Horus, y tantas otras que se convertirían en parte del
lenguaje común de la Secta Murillista, repetida como un mantra en todos los
discursos oficiales y alocuciones de los miembros del gobierno, el estado, los
colegios, alcaldías, en fin, de todo aquello que estaba ligado al partido de
gobierno.
La
alianza con las cúpulas empresariales trajo un nuevo idioma, el que se hablaba
en los círculos comunes, las frases más comunes eran: el Nuevo Modelo, la
Alianza Gobierno – Empresarios, Dialogo y Consenso, Crecimiento Económico
Robusto, Autoritarismo Democrático, Muro de Contención, y un largo etcétera que
definía una nueva narrativa para los nuevos tiempos. Luego vino Abril, con la
explosión de la burbuja, la toma de las calles, el escape cobarde de los
acólitos de la secta, y la esperanza de un nuevo amanecer en libertad. Pero
también llegó Julio con la Operación Limpieza, los Paramilitares, Muerte,
Sangre, Luto y Dolor. Y había que construir una nueva narrativa para ocultar
los crímenes, el más grande y documentado de la historia. Entonces surgió el
famoso Golpe de Estado Fallido, el intento de derrocamiento del gobierno
legítimamente constituido, cosas de la vida, antes del 79 abundaba esta
referencia, los crímenes de los Azul y Blanco en contra de los pacíficos
“azules”, niños de meses que se suicidaban, familias que incendiaban sus casas
con ellos adentro, los Tranques de la Muerte. En fin, había que descalificar y
todos con un solo discurso, al mejor estilo de Goebbels y su eterno Decálogo.
El
discurso daba el respaldo para la acción, y la orden tajante de “Vamos con
Todo” se hizo plomo. Fue así que cometieron el crimen del 30 de Mayo, Dia
de las Madres, cuando una inmensa marcha conmemoraba a las Madres de los caídos
de Abril y Mayo, era la Madre de Todas las Marchas, y justo cuando llegaba a la
UCA, los francotiradores del Comando de Operaciones Especiales, COE, del
Ejército y de las Tropas TAPIR de la Policía, descargaban su furia homicida y
su frustración en contra de jóvenes inocentes, que ni siquiera atinaban a
identificar de donde venia la muerte. Apostados en las alturas del Estadio Nacional
“Denis Martínez”, los asesinos cometían uno de los crímenes mas horrendos de
toda la Crisis de Abril, crimen que se recordará todos y cada uno de los
próximos 30 de Mayo en la historia política nacional, aunque la narrativa
oficial, no sabemos hasta cuando, hable de “celebración” y en las fotos de los
murales oficiales aparezca como una caricatura, la omnipresente presencia del
personaje que dio la orden de masacrar a los jóvenes, casi niños, ese día de
luto y sangre. Fotos que pretenden evocar a la “madre de todos los
nicaragüenses”, como se asume quien vendió hasta a su propia hija por una cuota
de poder negada desde siempre por un violador empedernido.
ELECCIONES EN COLOMBIA
Por:
Stellyanos Ramos
El
veintinueve de este mes se celebra la primera vuelta de las elecciones
presidenciales en Colombia, y aunque el tema Nicaragua no tiene mayor
relevancia hacia lo interno del país, no deja de causar algún temor e inquietud
entre el establecimiento político colombiano, en particular en el sector
militar, para quien la dictadure Ortega, sobre quien, con información
privilegiada, relacionan con el narcotráfico y la FARC, tanto con la ex
guerrilla, como con los grupos disidentes, de manera que una victoria del
candidato de la izquierda democrática, Gustavo Petro, representaría algo
incómodo, pero no del tamaño del que podría significar una victoria de la FARC.
Respecto
a las relaciones tensas por los conflictos limítrofes, en ambos países existe
una especie de “posición nacional” o sea, una consenso, de manera que en
Colombia ningún candidato se le ocurre variar el curso del manejo que hasta el
momento han mantenido los distintos gobiernos, en todo caso la crítica gira
entorno a la baja eficiencia del equipo jurídico, de ahí que los últimos fallos
de la Corte Internacional de Justicia hayan sido atacados por dichos errores,
pero particularmente, porque para la inmensa mayoría de los colombianos les
resulta penoso que las cosas no le hayan salido bien en su controversia
marítima contra una dictadura como la de Ortega, más que por otra causa. De
todo el espectro político colombiano, solo la FARC guardó silencio respecto a
la controversia con Nicaragua, pero es insignificante pues en las últimas
elecciones apenas obtuvo el 0.34%; la pequeña representación parlamentaria que
tienen es productos de los Acuerdos de Paz.
Gustavo
Petro fue miembro del Movimiento 19 de abril (M-19), que fue una guerrilla
preponderantemente urbana, conformada por una base muy heterogénea, cuyos
líderes principales eran desafectos del Partido Comunista Colombiano,
ideológicamente se autodefinían como socialdemócratas, y en su desempeño llevó
a cabo golpes espectaculares. El M - 19 nació al calor del fraude electoral
fraguado por la oligarquía libero - conservadora, que el 19 de abril de 1970
impidió el triunfo de la Alianza Nacional Popular (ANAPO), en una Colombia
donde solo podían ser opción de poder electoral el Partido Liberal y el Partido
Conservador. En la Colombia de entonces funcionaban seis organizaciones
guerrilleras, diversos grupos paramilitares, varios carteles del narcotráfico,
de manera que la violencia demostró que era un círculo vicioso y no la opción
para un nuevo país.
El
M-19 valoró los cambios que ocurrían en la escena internacional y finalmente
optaron por acogerse a un Acuerdo de Paz el 9 de marzo de 1990, mediante el
cual se negoció su desarme por participación en política. Su participación en
la política colombiana representó una gran expectativa para el cambio social
por la vía cívica, sus cuadros políticos destacaban por su sólida formación
teórico - política y la versatilidad en su desempeño mediático en el nuevo
escenario político que se abría, lo que provocó una tremenda envidia, por lo
que llegaron a tener tantos enemigos que la mayoría de sus dirigentes fueron
asesinados, entre ellos el líder máximo, Carlos Pizarro León-Gómez, quien en
ese momento se postulaba como candidato presidencial por la Alianza
Democrática-M-19 y no tomaron venganza, por lo que sus muertos fueron
enterrados como una ofrenda a la paz de una nueva Colombia. La población
respondió a esa madurez política con una lluvia de votos que los colocó como la
segunda fuerza política en las elecciones para la Asamblea Constituyente en
1991.
Posteriormente,
el desmovilizado M-19 se convirtió en un novedoso actor político, construyeron
diversas alternativas para participar en los procesos electorales en alianzas
creativas con exitosos resultados. Varias figuras políticas del M-19 lograron
escalar altas posiciones en el escenario político, entre los que destaca
Antonio Navarro Wolf, quien, como sustituto de Pizarro, quedó en tercer lugar
como candidato presidencia en 1991 posteriormente fue alcalde, diputado,
senador, y también ministro de salud durante el gobierno de César Gaviria. Gustavo
Petro que, en el momento de la desmovilización como guerrilla, fue el más joven
cuadro político del M-19, encabeza las encuestas y tiene fuertes posibilidades
de ser el primer presidente proveniente de una fuerza política alternativa, en
una Colombia que durante décadas el poder se ha alternado entre liberales y
conservadores, con una élite social que ha dejado al margen del progreso a más
del 70% de la población, un gran sector del cual percibe en Petro como una esperanza
de inclusión.
En
diversas oportunidades Petro ha expresado su desafecto con la dictadura de
Ortega, en el 2013, siendo alcalde de Bogotá tuvo gestos destacados
promocionando la poesía de Gioconda Belli, expresando su admiración por la
poesía de Ernesto Cardenal, y ha sido categórico en su rechazo a la violación
de los DDHH y la conculcación de las libertades civiles, el rechazo a las
farsas electorales y las matanzas provocadas por los Ortega-Murillo. Ortega no
es alguien desconocido para Petro, lo conoce bien, no solo por su estrecho
vínculo con las FARC, sino, porque Ortega fue un cruel y cínico crítico del
proceso de desmovilización del M-19, a quienes señaló casi de “traidores” por
haber abandonado las armas y sumarse a la lucha cívica insertándose al proceso
democrático, señalamiento que dejó un amargo sabor por provenir de alguien que
se pavoneaba de haber entregado el poder “cívicamente”.
Petro tiene más que claro que Ortega es un demagogo y
oportunista inescrupuloso, al que claramente ha señalado como un dictador, pero
hace sus diferencias respecto al régimen de Maduro, por su cercanía inicial con
Chávez, de quien se alejó tras señalar de haber traicionado las expectativas
del pueblo venezolano. Respecto a Cuba, la relación que existe es meramente
nostálgica, consciente de que, aunque no representa una democracia, no se
atreve a señalar de dictadura, quizá por el agradecimiento por el apoyo
recibido por el M-19 cuando era guerrilla, pero sí sostiene, que al igual que
en Colombia, la solución a la crisis política que atraviesa Cuba debe
solucionarse por la vía del diálogo.
Por: Christy Melissa
A 42 días del estallido social la sociedad se
había convocado para efectuar la que sería la manifestación más grande de 2018,
“la madre de todas las marchas” se denominaba al acto de protesta que, más
tarde y en pleno día de las madres, se convertiría en masacre y traería luto a
19 familias y al país entero.
El 30 de mayo de 2018 Nicaragua se movilizó en
respaldo a las madres de los 90 asesinados bajo órdenes de régimen dictatorial,
sin imaginar que la dictadura había ordenado disparar a matar. Flores,
pancartas, unión y resistencia era lo que portaban los manifestantes cuando la
inmensa manifestación llegaba a la universidad centroamericana, desde donde se
podían escuchar los disparos. Asesinos a sueldo ubicados desde el estadio de
beisbol Denis Martínez disparaban a la cabeza y al pecho de los manifestantes,
la precisión de las balas denotaba la pericia de los atacantes en armamento y
puntería.
Desde Estelí, las órdenes recibidas fueron las
mismas. La marcha del 30 de mayo fue reprimida por paramilitares y grupos de
choque, pero fue a las 8 de la noche a las cercanías de la plaza Domingo Gadea
donde manifestantes fueron atacados a tiros por paramilitares. Jóvenes
estudiantes como Cruz Alberto de solo 23 años fueron abatidos a balazos que
acabaron con su vida y con sus sueños.
Cruz Alberto Obregón se involucró en las
protestas posterior al asesinato de su amigo Orlando Pérez el 20 de abril en la
ciudad de Estelí, era estudiante de ingeniería civil en la Universidad Nacional
de Ingeniería y energías renovables en la FAREM ESTELÍ. “Truncaron sus planes,
pero queda un héroe. Por la sangre derramada, vamos a construir una nueva
Nicaragua con paz y con justicia”, afirma su madre, quien se sumó a las más de
300 madres que lloraron la pérdida de su hijo.
A cuatro años de la masacre, las madres de
abril siguen exigiendo justicia y lamentablemente a estas se siguen sumando
víctimas, más de 160 madres de familia que tendrán a sus hijos e hijas
injustamente apresados en las cárceles de la dictadura y otras miles sentirán
el vacío de quienes tuvieron que migrar para salvaguardar su vida o en búsqueda
de un mejor futuro.
Algunas madres, como Tamara Dávila están siendo privadas de ver, abrazar y acompañar a su hija en su etapa de crecimiento, le prohíben cualquier tipo de comunicación y la pequeña extraña a su progenitora cada día. Encarcelados, torturados, secuestrados y en migración forzada, desaparecidos, asediados… la cifra de víctimas del régimen Ortega-Murillo es interminable a la que ahora se suman cientos de personas en el desempleo con el cierre de Organizaciones no gubernamentales que permitían a muchas madres llevar el sustento a su mesa, familias enteras que pasarán necesidades e incluso hambre. La pregunta es, ¿Hasta cuándo?
LA CRISIS DE ABRIL Y EL SURGIMIENTO DEL PARAMILITARISMO,
FASE SUPERIOR DE LAS FUERZAS DE CHOQUE
Extractos del libro: “Ortega, el Calvario de
Nicaragua”. Autor: Ing. Roberto Samcam Ruiz.
Abril
no tomó por sorpresa al régimen, cuya estrategia tantas veces utilizada le
había dado buenos resultados. Las turbas motorizadas eran omnipotentes, toda
vez que contaban con el respaldo y protección de la Policía Nacional y las
fuerzas antimotines en su labor represiva. La lógica era sencilla: golpiza,
robo de pertenencias a los manifestantes, persecución y violencia era
suficiente para desmotivar cualquier manifestación popular. Sin embargo, las protestas no surgieron de la espontaneidad,
sino que fueron provocadas por el poder mismo y se extendieron como una
reacción ante la incapacidad, la soberbia y la arrogancia de quienes tantas
veces habían subestimado al pueblo.
Primero fue el ataque a los estudiantes
universitarios que protestaban por la inacción gubernamental ante el feroz
incendio en Indio Maíz; luego la agresión a un grupo de adultos mayores que protestaban
en la ciudad de León, 90 kilómetros al oeste de Managua, por las draconianas
reformas al Seguro Social; y finalmente fue la embestida contra un grupo de
manifestantes que apoyaban a estos últimos en los alrededores de Camino de
Oriente, centro comercial ubicado sobre la carretera Managua–Masaya.
Lo que debía ser el fin de esas protestas se
convirtió en una oleada de solidaridad con estudiantes, adultos mayores y
mujeres agredidas por una turba enfurecida. Era el libreto de años puesto en
escena, solo que esta vez algo no cuadraba bien, pues tras cada agresión las
protestas se hacían más grandes y las fuerzas de choque se vieron muy pronto
rebasadas, por lo que en lo sucesivo la policía y los antimotines tuvieron que
colocarse en el primer escalón represivo. Pero la protesta no amainaba, cada
vez era mayor, ante lo cual el régimen improvisó otro esquema represivo:
preparar y armar fuerzas parapoliciales como apoyo a las fuerzas
gubernamentales. Cayeron entonces los primeros jóvenes cuyo asesinato, lejos de
desalentar a los manifestantes, provocó una multiplicación de las
manifestaciones. En respuesta, la orden infame de “¡Vamos con todo!” dada por
Rosario Murillo fue cumplida a cabalidad.
El nuevo Estadio Nacional de Béisbol de Managua
sirvió como centro de entrenamiento exprés de una fuerza represiva combinada:
reos comunes recién liberados, antisociales de los barrios más marginados de la
capital y las consabidas turbas llegaron en auxilio de una policía desbordada,
exhausta, que solo atinaba a disparar sus escopetas a diestra y siniestra. La
Avenida Universitaria era un campo de batalla y los jóvenes protestantes
seguían cayendo muertos, lo que enardecía más a la población. Vendrían luego
las reuniones de emergencia de los escalones políticos intermedios del FSLN en
el Parque Japonés de Managua, donde se dispuso que la revuelta era un “golpe de
Estado contra el comandante Daniel”, el hombre considerado el paradigma del
revolucionario, el que había llevado al país a la estabilidad social, el líder
envidiado por todos los gobernantes latinoamericanos por su modelo de consenso
con el capital, el benefactor de los pobres...
El ejecutor principal de la orden dada por Murillo
era su delfín en la Alcaldía de Managua: Fidel Moreno, secretario general y
verdadero poder en la Comuna. Los planteles de la Alcaldía capitalina fueron
dispuestos como centros de reclutamiento y concentración de fuerzas
parapoliciales, armadas y trasladadas a los sitios de protestas que lucían
incontenibles. Siguiendo el guion venezolano, la policía disparó balas de goma
a los ojos de los jóvenes manifestantes y más de 30 perdieron al menos uno de
sus ojos.
Aparecieron también, como ángeles de la muerte, los
francotiradores facilitados por el COE del Ejército Nacional y por las fuerzas
TAPIR de la policía, que entregaron una cosecha macabra de 70 civiles
asesinados por disparos en la cabeza, 10 en el cuello, 47 en el tórax, 19 en el
abdomen y 10 en la espalda. Todos muertos por un solo y certero disparo, misión
para la cual se necesitaba mucha experiencia, sangre fría, posición privilegiada,
comodidad para hacer los disparos y un fusil apropiado para cumplir el criminal
objetivo.
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